El presidente Sánchez ha elogiado el compromiso personal de Felipe VI por “la transparencia, la actualización y la renovación de la Corona” y afirmarlo no solo es necesario, sino de justicia. El Rey lo lleva demostrando de forma ejemplar desde que accedió a la jefatura del Estado, afrontando sin reservas los peores momentos y velando siempre por el prestigio de la institución, antes que por el suyo propio.
Pero las palabras no pueden quedarse sólo en palabras, especialmente cuando desde el propio Consejo de Ministros, Pablo Iglesias antes, y ahora la nueva “jefa” del gobierno podemita en el Gobierno de España, Ione Belarra, han lanzado una andanada de profundidad sobre la Corona y sobre el Rey Juan Carlos, con el silencio clamoroso del presidente Sánchez. Aunque ya se sabe que el hombre es dueño de sus silencios y esclavo de sus palabras, “a veces el silencio, como decía don Miguel de Unamuno, es la peor mentira”.
El presidente Sánchez no se ha mostrado especialmente claro en la defensa de la Corona y ha tolerado ataques y burlas a la institución -el más reciente en Perú donde su nuevo presidente, en presencia de Felipe VI, descargó burdas mentiras sobre el papel de España y su Corona en aquellas tierras- sobre todo desde Cataluña.
El último allí, la burla a la Justicia desde el Ayuntamiento de Barcelona que preside Ada Colau, que retiró un busto del Rey Felipe del salón de plenos “porque sobredimensionaba el símbolo de la Monarquía”, y cuando la Justicia le ha obligado a reponerlo, cumpliendo con la ley y con el respeto a la Corona, ha colocado, “por imperativo legal” un “retratito” de Felipe VI en un lugar escondido. Y el Gobierno ha callado.
Allí en Cataluña, se siguen entregando los Premios Princesa de Gerona en Barcelona, porque no se atreven a llevarlos al lugar al que corresponde, feudo independentista. Son muchos más, y no solo en Cataluña, los ataques a la Corona ante los que el presidente calla y otorga, porque peligran los apoyos que le mantienen en el poder, mientras sus socios apoyan y aumentan. Así que, efectivamente, haría bien Felipe II en cuidarse de algunos elogios porque, como dijo Sigmund Freud “uno se puede defender de los ataques, pero ante los elogios está indefenso”.
No es lo mismo elogiar al Rey que defender la Corona, seguramente la primera obligación de un presidente y de todo su Gobierno, que han jurado lealtad a la Constitución y a la institución. Defender la Corona es fortalecerla, dotarla de instrumentos para funcionar, oponerse a quienes tratan de crear un nuevo ecosistema político en el que la Monarquía no tenga lugar, dar al Rey un papel verdaderamente activo y no intencionadamente devaluado, solamente representativo, y que haya realmente un equilibrio de poderes y no una confiscación del poder.
Defender la Corona es defender la democracia y el Estado de Derecho. Si algo caracteriza al Rey Felipe VI es la discreción, el ejercicio virtuoso de su cargo y la puesta en valor constitucional, democrático y solidario del papel de la Corona. Como decía Juan Pablo II, “la democracia necesita de la virtud, si no puede ir contra todo lo que pretende defender y estimular”.
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