Lecciones de Tokio 2020

Habrá que ir preparando a nuestros hijos en las piscinas de bolas para futuros Juegos Olímpicos

Javier Adolfo Iglesias
07:00 • 12 ago. 2021

He disfrutado de los Juegos Olímpicos de Tokyo como siempre, incluso más. 



La realización televisiva japonesa se lo puso fácil a la española y estos han sido los mejores juegos televisados de la historia. Me gusta que el viejo aparato catódico haya hecho que durante días niños y niñas de todo el mundo dejen los móviles y hayan compartido algo planetario tan bueno como el deporte. 






De estos días entre los cinco aros he sacado algunas lecciones, solo para mí, no pretendo ser apologeta de nada pero sí las comparto. 



La primera es que los Juegos Olímpicos no quieren caer en la brecha generacional que hemos sufrido en la política española. Han comenzado a ganarse a los más jóvenes introduciendo como deportes olímpicos lo que hasta hace días eran pasatiempos lúdicos. Ver en las Olimpiadas el monopatín o la escalada en rockódromo no me escandaliza pero me aturulla sabiendo que lo próximo será el ‘breakdance’. 



Fradejas fue pionero con su ‘Juventud baila’. Habrá que ir preparando a nuestros hijos más pequeños en las piscinas de bolas y me temo que los videojuegos se incluirán más temprano que tarde. 



Una segunda lección se refiere al periodismo que tanto amo. Las retransmisiones han sido excelentes, con locutores y ex olímpicos como comentaristas de nivel alto. Pero estos han usado más frecuencia expresiones como ‘las guerreras’,  “la piragüista guipuzcoana” o “el saltador de Sabadell” que el exacto y sencillo  gentilicio legal “españoles”. Ha sido el efecto olímpico de la estupidez localista española.  



Si hay algo indudable que unía a nuestros olímpicos además del deporte es que representaban a España, con su himno y su bandera. No he entendido por qué se les ha llamado “hispanos” a los de balonmano y no visigodos, almohades o bizantinos. Es la cómoda tontuna periodística, como cuando hace pocos años se implantó ‘el clásico’ y arrasó. O cuando en política comenzaron a popularizar ‘el procés’ con toda su jerga.


Y esto da pie a una tercera lección. ‘Lo público’ puede ser eficaz si está bien organizado y se conserva con el paso de los años. Este deporte olímpico de alto nivel es fruto de una red bien engrasada ¡que apenas ha cambiado desde 1987!; de abajo arriba y arriba abajo de deportistas, clubes, federaciones y finalmente el Gobierno. El plan ADO lo implantó el gobierno de Felipe González y desde Barcelona 92 no ha dejado de dar frutos.Todo lo contrario a la política española, con sus dirigentes adanistas, que creen que nada funciona hasta que ellos llegan.


Este modelo de alianza entre sociedad y Estado bien podría exportarse a la ciencia y la enseñanza. ¿Por qué no un plan semejante para nuestros investigadores?  Ni estabilidad ni incentivos al esfuerzo es lo que ha vivido la enseñanza politizada estos últimos decenios. 


Una cuarta lección la anticipé la semana pasada. El feminismo de moda oculta una derrota en Tokyo. Se aceptó a una levantadora de peso ‘trans’ de Nueva Zelanda que antes había sido hombre y ahora ha competido como mujer. Hasta aquí, genial y éticamente correcto. Pero Laurel Hubbard estuvo obligada a pasar la prueba de la naturaleza y a que, aun conservando ‘su cosita’, su nivel de testosterona fuera inferior a 10 nanogramos por litro durante los 12 meses anteriores a estas Olimpiadas. O sea, que Tokyo ha puesto al mismo nivel al promotor del autobús de ‘Hazte oír’ y a Irene Montero. Para el Comité Olímpico lo decisivo no es el pene ni la ‘autodeterminación’ de la ley Montero sino la hormona.


Los Juegos Olímpicos se dividen por sexos, no por géneros. En Tokyo se han introducido formas mixtas de competición. Desde hace años abogo públicamente por que los deportes en equipo -todos- sean mixtos también. Entonces comenzaríamos a andar en una verdadera igualdad sin necesidad de teorías metafísicas ni medición de testosterona.  


Y con tanta lección olímpica se me había olvidado la medalla de oro que se auto-otorgó Pedro Sánchez, bien sabedor de que batiría una y otra vez el récord del precio de la luz en la historia de España.


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