La serpiente de verano de este agosto se ha llamado Leo Messi. Él solo ha acaparado más titulares que los diecisiete medallistas olímpicos españoles. Y todo en este culebrón futbolístico que llega en el peor momento para el futbol español ha sido exagerado: desde el mar de lágrimas en su despedida de Barcelona hasta la alfombra roja a la entrada del París Sant Germain.
“Recibió un tratamiento de jefe de Estado a su llegada a Francia”, me comenta un amigo corresponsal allí. Y veo este titular, tan exagerado, abriendo uno de los principales periódicos catalanes: “luz en París y duelo en Barcelona”. ¿Merece todo esto Lionel Messi, el hombre que gana cientos de millones cada año, el ídolo de masas que solamente ha sabido dar un ejemplo de avaricia y de falta de solidaridad fiscal en su carrera que, eso sí, gol a gol, le ha convertido en un mito?
Mire usted, yo no escribiría hoy de Messi si no fuese porque en un digital barcelonés, absolutamente separatista, he leído, en su resumen de prensa ‘de Madrid’, lo siguiente: “portadas post Messi: caña contra Cataluña”. O sea, que el jugador argentino, como antes pasó con Piqué, con Guardiola y con otros, ha sido convertido, seguramente contra su voluntad, en un icono y un pretexto más para el separatismo, que no quiere mirar a fondo la desastrosa, y seguramente no muy limpia, gestión de ese Barça que “es más que un club”.
Para mí, Messi es un dios con pies de barro. Una máquina de meter goles con un cerebro unidimensional, que hace que ni siquiera comprenda bien, creo, los tejemanejes de su padre frente al fisco y a la hora de exprimir al que ha sido su club durante década y media. Un club que ahora pasa por momentos de tanta tribulación como para tener deudas por casi quinientos millones de euros, lo que hacía imposible la permanencia del carísimo delantero.
Creo que el futbol, el deporte-rey, se está envileciendo. Demasiado dinero en juego, demasiadas intromisiones de los jeques árabes y de magnates rusos en busca de negocio y tapaderas. También demasiado faraonismo de algunos presidentes; y, si no, véase el enfrentamiento, en el que no quiero entrar porque no quiero que me acusen de pro o anti nada, de los dos mayores clubes con la Liga, que esa es otra.
En las próximas horas, cuando comience la Asamblea de la Liga, tendremos probablemente nuevas muestras de la batalla campal en la que se ha convertido, sobre todo en España, el deporte en el que unas cuantas ‘estrellas’, mimadas hasta el esperpento, y un par de grandes ejecutivos, que quieren mantener su poder a base de hacer caja rápida, reinan de manera despótica y caprichosa.
Y en cuanto a Messi, subido literalmente a la cumbre de la torre Eiffel, alguien debería decirle que las leyendas, para serlo, han de cumplir una cuota de humildad, de gestos solidarios, de comportamientos ejemplares. Ya hemos tenido bastante con figuras como Maradona o, si se quiere, el propio Ronaldo: demasiadas fotos en yates junto a rubias de plástico en paisajes de ensueño. Quizá sería bueno que alguien empezase a bajar a estos ídolos tatuados de los pedestales y los pusiese frente a algún espejo implacable, lejos de los parientes cobradores...
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