El articulismo es un oficio emparentado con la literatura. Sólo eso. Me explicaré. Hay escritores que también son articulistas, entre otras cosas para que su nombre no se olvide entre un libro y otro, aunque no necesariamente sean buenos en ese oficio de lo efímero. Luego están los articulistas genuinos, que se dedican a escribir sobre la actualidad, aunque no sean un dechado de talento literario y muchas veces ni lo pretendan.
O sea, que una cosa no está unida necesariamente a la otra. Hay buenos escritores que como articulistas son un pestiño y, al revés, brillantes comentaristas de la actualidad que como autores de libros resultan soporíferos. Entre otras razones hay una de ritmo: el autor de libros es como un atleta de maratón, que debe ir dosificando su esfuerzo, mientras que el articulista es un esprínter, que debe captar tu atención en pocas líneas.
La otra diferencia, de fondo más que de forma, es que los temas que trata el escritor a veces poco tienen que ver con la actualidad o son tan forzados para actualizarlos que se notan en seguida las costuras del esfuerzo. En cambio muchos autores de artículos no han pretendido nunca escribir un libro como no sea, todo lo más, una recopilación de lo publicado en los periódicos.
¿Que a qué viene esta digresión sobre las diferentes formas de escritura? Pues que a las lógicas limitaciones de unos y de otros se aplica, cada vez más, una especie de censura sobre todos ellos y hay magníficos escritores sobre los que cae el silencio ominoso de la crítica por no ser políticamente correctos y amenos articulistas que para leerlos hay que buscar publicaciones marginales porque no tienen el nihil obstat de los poderosos. Así están las cosas.
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