Cada día que pasa siento más horror, más desolación y más vergüenza, vergüenza ajena, vergüenza por el comportamiento de los líderes políticos occidentales.
Siempre he defendido que los políticos, al igual que el resto de los ciudadanos, también deben poder tomarse vacaciones. Pero hay momentos en los que se supone que los líderes políticos tienen la obligación de aparcar sus vacaciones y hacer frente a situaciones extraordinarias como lo es la tragedia que se está viviendo en Afganistán.
Que Pedro Sánchez se dedique a mandar tuits desde La Mareta, donde pasa sus vacaciones y organizarse un acto de propaganda modelo videoconferencia, es una muestra de cómo entiende nuestro presidente la política. Imperturbable él va a lo suyo y ahora lo suyo son las vacaciones. Así que pasa de al menos hacerse visible y hacer alguna declaración sobre lo que está sucediendo, contarnos si habla con sus colegas europeos y que piensan hacer para intentar paliar lo que va a suponer para Afganistán, para sus ciudadanos y para la política de equilibrios de la región el que los talibanes se hayan hecho con el poder. Vamos, algo parecido a lo que ya han hecho el presidente Macron y la canciller Angela Merkel.
Y no sé a ustedes pero lo que está sucediendo en Afganistán no solo debería quitar el sueño a los dirigentes políticos sino que a los que tienen responsabilidades además debería de darles vergüenza.
Yo siento rabia, una profunda rabia por el comportamiento cínico de Estados Unidos pero también de los países europeos. ¿A qué fuimos a Afganistán? ¿De qué han servido las vidas de los soldados y cooperantes civiles que los países occidentales enviaron a aquel rincón del mundo?
Las declaraciones de Joe Biden son desoladoras. El Presidente norteamericano con gesto inocente ha venido a decir que como los propios afganos no se ponen de acuerdo y no son capaces de enfrentarse a los talibanes pues ahí se quedan.
Y sí, ahí se quedan, todos los afganos que apostaron por el cambio en su país, que vieron en la intervención de Occidente una oportunidad para derrotar al oscurantismo y locura de los talibanes.
Ahí se quedan las mujeres afganas que se atrevieron a dar pasos para acceder a alguna cuota de libertad personal, para enviar a sus hijas a la escuela, para trabajar.
Mujeres que colaboraron con las organizaciones internacionales, que creyeron que era posible no tener que pasar el resto de sus vidas encerradas en la cárcel del burka.
Es una realidad: los talibanes sienten un desprecio y un odio enfermizo hacia las mujeres. Es un odio que denota una enfermedad gravísima: la misoginia llevada hasta la locura.
Y aunque no sea una novedad, los países occidentales, con Estados Unidos en cabeza, han abandonado a todos los que confiaron en ellos. Les han abandonado a su mala suerte por más que se logren salvar unos cuantos de cientos de afganos.
En cuanto a los europeos la frase dicha por Josep Borrell es reveladora: “Los talibanes han ganado la guerra y tenemos que hablar con ellos”. Una demostración de que la política no tiene entrañas.
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