Lo que está pasando en ese país después de décadas de flagelo de unos y otros y, peor aún, lo que va a pasar en cuanto los talibanes cierren la frágil espita de salida de diplomáticos, cooperantes y refugiados, creará un nuevo sinónimo: la palabra Afganistán equivaldrá a “vergüenza”. Lamentable final gestado por los descomunales errores políticos de algunas potencias que han tratado de enderezar la situación allí.
El primer error, según señala el coronel José Luís Calvo en un artículo en Global Strategy, es que “no se puede intentar transformar una sociedad primitiva según parámetros occidentales (…) No se pueden ignorar las etapas que hubo entre la Edad Media y el Siglo XXI”.
Estados Unidos lleva una secuencia de más de medio siglo de intervenciones militares fallidas que dejaron como herencia el caos allí donde acudieron, léase Vietnam, Siria, Irak, Libia o Afganistán. Y con un alto tributo de muertes de jóvenes de clase baja con los “marines” como salida laboral engrasada con patriotismo de marketing. Y con un cortoplacismo dominante en la actuación política.
Biden igual pasa a la historia por una retirada peligrosamente acelerada para resolver el problema que había heredado de Donald Trump, pero con un coste estremecedor en el país asistido. Es verdad, como ha dicho Ángela Merkel, que gracias a la intervención militar extranjera se consiguió que Afganistán dejara de ser un centro de irradiación del terrorismo como era en 2001, pero en el resto de la misión se fracasó. Quedaron carreteras, hospitales y escuelas pero las cerrarán los talibanes impidiendo el acceso a la educación, especialmente a las niñas. Tristísimo.
Las escenas en el aeropuerto de Kabul, único conducto de huida, son estremecedoras. La narración de la ministra de Defensa, Margarita Robles, de esa familia evacuada que pierde a una hija en la avalancha humana y debe dejarla atrás, es conmovedora. La precipitada salida nocturna de los diplomáticos holandeses sin avisar a sus colaboradores afganos, quedando encerrados en la embajada los pasaportes preparados para ellos, solivianta.
Activa el recuerdo de los militares holandeses de los cascos azules de la ONU que no intervinieron mientras se procedía a la liquidación de ocho mil musulmanes en Srebrenica (Kosovo), la mayor matanza en Europa desde la Segunda Guerra Mundial. Cierto que eran 200 soldados frente a 2.000 serbios con artillería y que nunca recibieron el apoyo aéreo solicitado, pero protagonizaron el mayor fiasco de Naciones Unidas en tareas de protección en conflicto.
Por contra, admirable el embajador español Pedro Ferran y la segunda jefa, Paula Sánchez Díaz, anunciando que serán los últimos en salir de allí junto con los 17 policías de los GEOS que facilitan la labor de evacuación. Un orgullo.
“Es la evacuación más difícil de la historia”, ha dicho Biden mientras The Washington Post reconoce que España juega un papel muy digno y eficaz acogiendo en primera instancia refugiados. Las máximas autoridades europeas lo agradecieron el sábado personalmente en la base de Torrejón. La oposición a Pedro Sánchez no, al contrario, aunque eso es ya un clásico. ¿Qué drama tendrá que suceder para que haya aquí una respuesta compartida de política de Estado?
Entretanto, mueve ficha el rey de Marruecos, Mohamed VI. Anuncia por sorpresa una etapa de “relación inédita” con España. Puede ser reflejo de lo que pasa en Afganistán. La corriente islámica corre a gran velocidad por el mapa. Hay que fortalecerse. Atentos.
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