Ni el responsable de Exteriores, José Manuel Albares, ni la ministra de Defensa, Margarita Robles, ni el presidente del Gobierno, son los responsables de poner a salvo a los afganos que, durante veinte años, ayudaron a las Fuerzas Armadas españolas a moverse y protegerse en el avispero de Afganistán.
Los que de verdad se están jugando la vida para proteger a sus colaboradores son el personal diplomático de la embajada española en Kabul y diecisiete policías (sí, han leído bien, solo son diecisiete) miembros de los GEO y de la Unidad de Intervención Policial. En medio del caos y las amenazas de los comandos talibanes, armados hasta los dientes, se encargan de buscar, localizar y trasladarlos al aeropuerto, cuya ruta principal está tomada por los integristas).
Por caminos paralelos, consiguen sortear los controles y, una vez en la terminal, entregan a los miembros del ejército a los refugiados para su traslado a España. Desde la toma de Kabul, trabajan sin descanso en la titánica tarea de salvar la vida a familias enteras. Solo ciudadanos afganos han llenado hasta ahora los dos aviones que han conseguido llegar a España. Luego, ya en Torrejón, lo del campo de acogida y las instalaciones que visitarán las autoridades europeas es la parte fácil del operativo. Lo peligroso y extremadamente difícil es llegar al avión. Muestra de la situación dramática en que se encuentra la terminal, con miles de personas intentando huir del país, es que uno de los refugiados que volaba a nuestro país ha perdido a su hija en las avalanchas de acceso.
El general Jaime Coll, que fue el jefe del primer contingente militar español enviado al país en 2002, en unas declaraciones al diario Menorca, cuestiona la decisión tomada por Estados Unidos y la falta de resistencia del ejército afgano al que se instruyó durante veinte años, y critica la pésima planificación de la salida de las tropas de EEUU. Describe la situación como: “Han entrado unos señores con una moto, un fusil, y el Coran en la mano, y la gente, incluido el ejército afgano, se han asustado y se han echado para atrás”.
El ministro Albares, extremando la prudencia, no se atreve a fijar ni la cifra de refugiados que podrá España sacar del conflicto ni cuánto tiempo durará la operación. Todo depende de los heroicos policías que siguen junto al embajador trasladando cooperadores a la terminal para salvarles la vida. De momento, los aviones no han ocupado todas las plazas por los controles talibanes. De ahí la petición de ayuda a los militares de Estados Unidos, que todavía siguen en el país, para que garanticen la seguridad aeroportuaria.
Porque lo que es evidente es que las democracias occidentales no pueden dejar a su suerte a unos ciudadanos para los que no espera otra suerte que la de ser asesinados, mientras él desgraciado país asiático vuelve a la barbarie.
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