Ya estamos fuera. Creo que España ha hecho todo lo posible y más por sacar de Kabul a la máxima cantidad de ciudadanos que ha sido posible. La operación no ha estado exenta de riesgo para nuestras tropas y cuerpos y fuerzas de seguridad del Estado que han tenido a su favor tener al frente del ministerio de Defensa a una mujer como Margarita Robles que lejos de ponerse medallas personales ha puesto en valor la labor de los españoles responsables de una evacuación que ha sido toda una odisea.
Se acabó esta retirada de un país que es un puro infierno para los que allí se quedan y, a tenor de los terribles atentados perpetrados el jueves, me temo que a no tardar puede también convertirse en un infierno para el mundo occidental. Sería una ingenuidad pensar que lo que ocurre en Kabul, en Kabul se queda.
Mi gran duda, o para ser más exacta, mi gran preocupación es pensar qué hay que hacer, cómo se va a gestionar esta etapa que se nos aproxima. Los países occidentales han hecho lo que tenían que hacer repatriando a todos sus colaboradores y personas más vulnerables pero creo que se impone una seria reflexión colectiva tanto sobre los errores cometidos como sobre afrontar un futuro inmediato que como reconocen todos los dirigentes internacionales se presenta lleno de dudas y, por qué no decirlo, de temores.
Todo lo tristemente ocurrido y este futuro cuyo dibujo final ignoramos bien merecen amplios consensos. Y aquí me quedo en España. Continúa siendo incomprensible, desde el punto de vista estrictamente democrático, que el Presidente del Gobierno no haya realizado ni una mísera llamada al líder de la Oposición. De Casado se puede y se debe discrepar, censurar algunas de sus declaraciones, pero no muerde y siempre que ha sido llamado a Moncloa ha asistido a la cita. Aún en el supuesto de que a Sánchez el líder de la Oposición le pareciera un ser deleznable debería haberle llamado. Claro está que haberlo hecho habría sido darle un protagonismo al que Sánchez no está dispuesto. Cuanto de asuntos tan graves se trata, la cicatería democrática resulta, cuando menos llamativa.
Me van a decir que, con la dura realidad a la que enfrenta el mundo, estas son cuestiones irrelevantes. Creo que no, que no lo son. Las democracias consolidadas son fieles a sus liturgias y una de ellas es que el jefe del Ejecutivo no ignore de manera tan premeditada, tan calculada al segundo partido de España. Ante esta ignorancia lamentable por parte de Moncloa, no deja de sorprender que algunos se lleven las manos a la cabeza porque la Oposición pida la comparecencia del Presidente en el Congreso. ¿Dónde está la ofensa?
El Presidente ha optado por viajar a Sotalvos, a Extremadura, por Torrejón de Ardoz... y eso está muy bien pero cuando España y el mundo se pregunta ‘¿ahora qué?’ el Presidente del Gobierno no puede ni debe ignorar al pueblo soberano representado en el Congreso. Ni puede ni debe.
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