La operación “libertad duradera”, ideada hace veinte años por los genios indetectables de la Casa Blanca para dar a entender que la masacre de las Torres Gemelas no podía quedar así, se ha convertido en una operación de “estupidez duradera” que aún parece no tener fin.
Dicho sea al hilo de las últimas declaraciones del presidente de los EE.UU., Joe Biden, como último responsable de la tocata y fuga del llamado mundo civilizado en “una parte del mundo que no comparte nuestros valores” (Josep Borrell dixit), aunque al principio fuese vagamente meritorio el intento de acelerar la historia para pasar del tribalismo a la globalización por arte de magia.
Con la misma factura mediática de los salmos utilizados en su día por Bush padre, Clinton, Bush hijo, Obama y Trump, sobre la mejor forma de pisar la cabeza de la serpiente (terrorismo islámico), aunque esta vez sin el ceremonial de otras ocasiones (menos mal), atención a los mensajes a la nación americana prefabricados por los genios asintomáticos de Biden, para justificar la caótica espantada de Afganistán. Empezando por el salmo central: “La salida ha sido un éxito extraordinario”.
La retórica como burladero del poder. Lacito rosa en las bolsas de plástico que envolvieron los cuerpos jóvenes de 2.400 soldados norteamericanos muertos en esta estúpida guerra. Por no referirme también al retórico lacito rosa de nuestro presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, que presumió de “misión cumplida” y “éxito” de las operaciones de evacuación, sobre la memoria amarga de más de cien militares españoles muertos en unas tierras donde no se nos había perdido nada, más allá de los compromisos derivados de nuestra satelización en una comunidad de países que orbitan en torno al ya declinante poder norteamericano, por mucho que se revistan de “mandato” de la ONU.
A ver ahora si funciona la retórica del voluntarismo y las buenas intenciones respecto a la crisis humanitaria que se avecina por la diáspora de los afganos. Al menos en lo que afecta a Europa, que será la parte del mundo más afectada por una crisis migratoria que nos recordará la de los sirios de 2015, cuando los mandatarios de la UE decidieron retribuir a Turquía para hacer las tareas de acogida que no querían hacer la vieja Europa, ola que pasa por ser la gran reserva del respeto a los derechos humanos.
Me parece que vamos a estar en las mismas. Hemos perdido credibilidad a la hora de cumplir lo prometido a los colaboradores de misiones europeas que pretendían acelerar la historia para sacar a los afganos de la Edad Media. Pero se nos ve el plumero. Y las reuniones de los ministros de la UE en Bruselas solo están sirviendo para verificar con sonrojo la división de los veintisiete a la hora de concertar el modo de afrontar la avalancha.
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