El 30 de abril de 1994 la noticia de un terrorífico crimen en Madrid conmocionó a la sociedad española. Aquella madrugada, dos muchachos aparentemente normales eligieron al azar a Carlos Moreno, de 52 años, para apuñalarlo hasta la muerte. Aquel horror lo llamamos los periodistas “el crimen del rol’ porque estos jóvenes, de 21 y 17 años, decían jugar a un llamado ‘juego de rol’ inventado por el mayor.
Toda racionalización de lo irracional comienza por el lenguaje y ponerle ese periodístico nombre a aquella atrocidad fue el modo de intentar dominar lo indomable. Días y semanas después de aquel asesinato absurdo la bestia parecía domesticada. Todos coincidimos en que los juegos de rol eran perniciosos y corroían las mentes del mejor de los adolescentes hasta convertirlo en un despiadado asesino. Era fácil, porque era solo cuestión de palabras.
Nadie excepto unos cuantos ‘frikis’ universitarios nos llevó la contraria sin éxito porque sabíamos que nos movíamos en el terreno de lo indemostrable. Desde entonces, pasados más de 25 años, no se ha sabido nada más de aquella incitación asesina de los juegos de rol . Lejos de decrecer, aquella forma de ocio ha aumentado y se ha diversificado en formatos como el de las ‘escape room’. Sin embargo, la supuesta relación causal entre juegos de rol y crímenes fue flor de un día, no se demostró y se olvidó porque era una falsedad interesada, una explicación autocomplaciente del periodismo en complicidad con los pujantes expertos sociales. Solo los políticos no pudieron sumarse.
Aquella maniobra esporádica se repite hoy en otros terrenos en los que ahora sí intervienen los políticos. En las últimas semanas, tras una agresión o un asesinato cruel, enseguida fluyen palabras dogmáticas, que explican y acusan a la par.
Y ahora como entonces, es la vía fácil inobjetable. No es como un experimento científico, siempre comprobable o refutable, tras un largo estudio. Ahora, periodistas, expertos y políticos relacionan estos sucesos violentos con los llamados “discursos del odio”.
Señalan o insinúan mirando a VOX. Nadie cita palabras ni sintagmas concretos, ni pone ejemplos de esas supuestas arengas al crimen. Por ello voy -por vez primera en mi vida- al twitter de Santiago Abascal y leo: “Me llena de rabia la brutal agresión homófoba que ayer sufrió un joven en el portal de su casa en Madrid. Todo mi cariño para la víctima de tan repugnante ataque y mi asco para los agresores. Que todo el peso de la Ley caiga sobre ellos y se pudran en la cárcel”.
Intento comprender qué quieren decir aquellos que vinculan a VOX con este y otros delitos tan repugnantes. Y no entiendo por qué no corren al juzgado para denunciarlos como instigadores o cómplices. Martínez Almeida afirma que “no le parece justo ni razonable” lo que aqui denuncio y enseguida pasa a ser otro de los señalados por “blanquear” la LGTBIfobia.
Ojalá VOX desaparezca junto a Podemos del parlamento; creo que su discurso es simplista, frentista, faltón y bravucón; sus propuestas son demagógicas y su visión de temas como la inmigración es burda y miserable. (El cartel de la abuelita y el ‘mena’ lo era por ponerle precio al ser humano).
Dicho esto, quien acuse a VOX de cualquier fomento, complicidad o apoyo de agresiones y asesinatos, tendrá que demostrarlo con pruebas de verdad, no solo con palabras, como en la Caza de Brujas de McCarthy.
Esto que están haciendo políticos, periodistas y ‘expertos’ es frivolizar el odio, la violencia y la intolerancia reales, -como los que aún perviven en el País Vasco o en Cataluña- cuando faltan días para el anunciado homenaje a Hery Parot, autor confeso de 39 asesinatos.
Pedro Sánchez ahonda en la estrategia electoral que Zapatero aplicó con la violencia de género y la memoria histórica al coger temas de todos como banderas en exclusiva para achicar espacios del rival político. Este es un juego político y social peligroso, como aquel ‘juego de rol’, que reparte papeles de buenos y malos, que puede corroer las mentes de jóvenes y de nuestra democracia.
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