El 11 de septiembre de 2001 el mundo que conocíamos cambió para siempre… Esta frase parece el comienzo de una película, pero aquel día ya lejano millones de personas nos quedamos estupefactas y en shock frente a la televisión, viendo cómo unos aviones atacaban la capital de Occidente en el que ha sido, probablemente, el mayor espectáculo audiovisual jamás visto y, además, en directo. Una tragedia de proporciones bíblicas protagonizada por unos fundamentalistas islámicos que asestaban el peor golpe posible a nuestra civilización: despertábamos de la dolce vita para comprender que somos vulnerables y que el ser humano no había abandonado para siempre la guerra en 1945, como algunos creían.
Esa jornada histórica marcó un cambio de Era y también abría la puerta al terrorismo islamista en Europa con devastadores atentados en las principales ciudades europeas: Madrid, Londres, París, Barcelona, Niza… El enemigo ya no era visible como en una guerra tradicional. Se escondía y convivía entre nosotros, incluso había nacido en nuestros países, pero albergaban un odio inoculado desde muy pequeños hacia Occidente, hacia lo que representábamos quienes enarbolamos con orgullo la Ilustración, la libertad, la igualdad y el progreso frente a la barbarie y la muerte.
Combatir a los terroristas empezaba a ser muy complejo, mientras en Europa y en concreto en España nos restañábamos las heridas de la durísima crisis económica de 2008. Una crisis que rompía las costuras de la sociedad, que originaba una profunda desigualdad social y provocaba multitud de protestas en todos los lugares. El orden mundial se movía a una velocidad endiablada. China cobraba ventaja gracias a su implacable maquinaria comercial, Europa parecía adormecerse y en 2021, hace apenas unas semanas, los Estados Unidos daban muestras de agotamiento tras su vergonzante huida de Afganistán. El líder del mundo se marchaba de Kabul con el rabo entre las piernas y los talibanes, que habían ocultado a los terroristas de Al Qaeda, nos devolvían a la casilla de salida de aquella odisea de 2001.
Al mismo tiempo, en estos veinte años la revolución tecnológica ha cambiado nuestra forma de vivir en todos los sentidos. Nunca antes, ni siquiera en los momentos más álgidos de la Revolución Industrial, el ser humano había logrado avances tan notables para su propio progreso económico, social o científico. La prueba más fehaciente de estos avances ha sido la vacuna del Covid-19, creada en apenas unos meses gracias a la colaboración mundial de científicos de numerosos países. Un hito de la ciencia que demuestra una vez más nuestra grandeza.
Ciertamente, todo ha cambiado. Si algo hemos aprendido en estos veinte años es que debemos estar preparados para lo mejor y para lo peor. Que el mundo puede ser un lugar peligroso, que nada es eterno y que nuestro propio bienestar no está garantizado, como siguen pensando algunos mentecatos que creen que el dinero cae del cielo como un maná. Pero al mismo tiempo sabemos que la colaboración entre personas de buena fe puede ofrecernos cosas maravillosas. Que disfrutamos de más oportunidades que nunca, que la fortaleza de la democracia nos permite vivir en paz y libertad, que los populismos de izquierdas y de derechas no son la respuesta correcta a los problemas y que el futuro depende de nuestra voluntad, determinación y constancia ante todos los desafíos que se nos presentan. Nadie dijo que la vida fuera fácil. Por eso es apasionante.
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