Todos los informes internacionales recogen desde hace lustros que España es uno de los países con mayor índice de fracaso escolar. Y cada ley educativa, en lugar de contribuir a reducir esos índices, los consolidaba, sin que eso preocupara a nuestras autoridades educativas. Lo que se ha venido haciendo, año tras año, desde Primaria hasta la Universidad ha sido bajar el nivel de exigencia a los alumnos, con lo que quienes llegan a la Universidad muchas veces no tienen los conocimientos mínimos para afrontar una carrera superior. Profesores de Secundaria transmiten que, si en una clase suspenden a muchos alumnos, la recomendación es que aprueben a más, no que afronten la raíz del problema. En algunos departamentos universitarios, el presupuesto que reciben está en función del número de aprobados: cuanto más aprobados, más dinero para gastar. Tenemos buenos investigadores, bastantes fuera de España, pero en los últimos cien años, España no ha ganado ningún Nobel de Ciencia o distinciones de máximo nivel, salvo el caso de Severo Ochoa, que hizo su carrera en Norteamérica.
Según informes internacionales, nuestros alumnos ¡de 15 a 27 años! tienen problemas de comprensión lectora, de manejo de vocabulario, les falta capacidad de esfuerzo y, aunque hay muchos buenos profesores, tampoco tenemos a los mejores, porque el nivel de exigencia para esa profesión sigue siendo bajo.
Pero eso ha cambiado. Gracias a la Ley Celaá y a la Ley Castells, el fracaso escolar se va a acabar en España. Todos van a aprobar, y, si no aprueban, no importa, pasarán de curso. Ya no cuenta el esfuerzo o el conocimiento, sino que no se dañe su autoestima y que todos tengan un título. Si es universitario, mejor. Por eso se van a suprimir los exámenes de recuperación en la ESO, se va a seguir pasando curso con varios suspensos o no se va a sancionar que un alumno copie o saque sus apuntes en un examen en la Universidad. Lo de quitar los exámenes de “juniembre” se veía venir. Antes eran en septiembre, pero exigía un mal verano no solo para los alumnos, también para los padres. Pero “arreglar” eso poniendo las recuperaciones una semana o quince días después de haber suspendido, es una solemne majadería. Nadie aprende en dos semanas lo que no ha estudiado durante todo un curso. Algo parecido pasa en los exámenes de selectividad, donde aprueba mas del 90 por ciento y, como dice un profesor, “los alumnos memorizan, vomitan y olvidan”. Solo en Formación Profesional parece que se está trabajando con inteligencia. Necesitamos muchos estudiantes con competencias técnicas de alto nivel que tengan puentes con la Universidad y nos sobran universitarios mal preparados que van directamente al subempleo.
Para competir en la exigente sociedad actual, hay que elevar el nivel educativo de los estudiantes y de los profesores. Hay que invertir mucho más en la formación del profesorado y hay que mejorar su retribución para atraer a los mejores. Se ha denunciado que no hay matemáticos que quieran dedicarse a la docencia y que quedan plazas desiertas en las oposiciones. Lo mismo sucede en otras especialidades. Ser profesor es hoy una profesión de riesgo, mal pagada y sin respaldo a su autoridad. Podemos falsear las estadísticas, pero eso no resuelve el problema de fondo: la escuela española está estancada en la mediocridad. Genera más deficiencia que excelencia. La ignorancia no se puede convertir en un valor social.
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