El avión oficial estaba listo en la tarde del domingo 19-S para volar a Nueva York pero, de pronto, el volcán de La Palma entró en erupción y el presidente Pedro Sánchez cambió la ruta. Su inmediata presencia en la isla damnificada, que se extendió hasta el martes, dejó sin habla por largas horas a la oposición y a sus voceros más ariscos, sorprendidos por la tragedia, por la rápida reacción presidencial y por un insólito espectáculo: todas las administraciones -local, insular, regional y Gobierno de España- de distintos partidos, trabajando unidas para afrontar el desastre. El sueño de la ciudadanía hecho realidad. Un milagro. Sin espacio posible para la crítica.
Menos mal para la oposición que en este Gobierno siempre hay un “ministro metepatas” de guardia que contraprograma al Presidente cuando informativamente le va bien. Antes, el vicepresidente Pablo Iglesias acaparaba deliberadamente esa función. En su ausencia, se la reparten. En este caso, la ministra de Turismo relacionó en público “el maravilloso espectáculo” de la lava del volcán con la promoción turística futura, denotando falta de empatía con las personas que estaban perdiendo viviendas y haciendas. “Es el homenaje del Gobierno a Groucho Marx”, dijo el portavoz de Vox. Hasta tuvo gracia.
La isla de La Palma tiene 708 kilómetros cuadrados, o sea, solo cien más que el término municipal de Madrid; es decir, siete veces el de Barcelona. Imaginen un volcán en la Puerta del Sol con el ruido amenazante, la lluvia de cenizas extendiéndose por los barrios, profundos movimientos sísmicos perceptibles y ríos de lava por el Paseo del Prado , bajando por Atocha hacia el río Manzanares. Una tragedia agravada por la falta agobiante de espacio; sin las mesetas que rodean Madrid para escapar.
Lo que está sucediendo en La Palma encumbra a la Ciencia porque, gracias a las previsiones de vulcanólogos y geólogos, estaba alerta el operativo para la evacuación; proyecta al mundo una imagen de eficacia de los servicios de emergencias; refuerza el precedente de una leal colaboración entre administraciones públicas y genera un sentimiento de solidaridad por encima de las rivalidades autonómicas. Unidad popular ante el infortunio, incluso unidad de las administraciones, la más difícil.
Pedro Sánchez regresando de Nueva York pasó de nuevo por la isla de La Palma y garantizó la declaración de “zona catastrófica”, vital para financiar la reconstrucción. Pero informativamente el impacto fue bajo. Esta vez le contraprogramó Carles Puigdemont, detenido en la isla italiana de Cerdeña y abrió telediarios. Había estado en París antes, también en un acto público, por lo que se interpreta que buscaba reanimar su presencia mediática. Pere Aragonés, se va asentando en la Generalitat, mientras el independentismo se agrieta.
Puigdemont tenía que salir de su casa en Waterloo y exhibirse, porque en el Parlamento Europeo ya no es noticia. Con su detención han corrido todos a Cerdeña, con mayor o menor entusiasmo, mientras Sánchez llama a mantener el diálogo. “España no pierde oportunidad de hacer el ridículo”, declaró el ex presidente catalán fugado sobre su detención. Lo dice en la semana en que España está siendo elogiada internacionalmente por su eficaz respuesta a la crisis del volcán.
Ayudó que todas las televisiones del mundo hayan recibido imágenes espectaculares suministradas por la RTV Canaria, cuyos profesionales habían tomado previamente posiciones en La Palma, como los servicios de emergencia. Un excelente trabajo que servirá como defensa en las arremetidas contra los medios públicos. Eso queda.
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