Vivo en un sinvivir y en estos días, que se celebra el Día Mundial de las Aves Migratorias, quiero contarlo a ver si alguien me libera de esta angustia que me está desvelando. No se alarmen, es un detalle sin importancia (ni punto de comparación con el “Vivo sin vivir en mi” de Santa Teresa de Jesús) pero ya saben cómo son las obsesiones, que cuando se instalan en tu cabeza te roban la voluntad, te dominan y te hacen perder la razón. Así que aunque sea por lastima, caridad o solidaridad con un alma atormentada, y antes de que infrinja la ley y me meta en un lio, suplico, con menos gracia y ritmo que la Niña Pastori, “échame una mano prima”.
Mi tormento lo provoca una señal fronteriza destartalada, innecesaria, exagerada, peligrosa y anacrónica que separa los municipios de El Ejido y Roquetas de Mar, en el Espacio Protegido de Punta Entinas Sabinar, a la altura de la Torre de Cerrillos, la verdadera frontera.
Mide, la señal, unos dos metros de alto, incluida la base de cemento sobre la que descansa. Son tres laminas verticales metálicas que forman un prisma triangular con el hueco central vacio. En cada una de sus caras las letras blancas, que te daban la bienvenida a Roquetas de Mar y resaltaban sobre el azul cielo con la que está pintada, se han convertido en insinuaciones que los senderistas y turistas no logran entender, y que muestran su abandono.
Eliminarla sería un bello acto simbólico para representar que las fronteras, que tantas muertes, guerras y conflictos siguen generando, en la naturaleza no existen. Nada saben los flamencos, los carricerines, las golondrinas, las espátulas, de límites, de territorios, de países, de continentes, de señales. Pasan su vida de un lugar a otro, volando miles de kilómetros para reproducirse, para pasar el invierno, para alimentarse, mientras nosotros, bajo sus alas, construimos un mundo intransitable, inhumano, donde una valla, un mar, un puñado de metros, unas líneas en el mapa, te separan del alimento, del agua, de la paz, de la cultura, del conocimiento que necesitas para sobrevivir.
Hacerla desaparecer en nada afectará a la ordenación del territorio, en nada beneficiará a la naturaleza, pero tener la ocasión de eliminar una pequeña frontera es abrir una ventana al dialogo, al debate, a la colaboración que tanta falta hace para cambiar el mundo y, centrándonos en este caso, para una buena gestión de Punta Entinas Sabinar.
Hemos propuesto juntar a representantes de los dos ayuntamientos, de la Junta de Andalucía y de colectivos naturalistas, conservacionistas, de los dos municipios para tirar la señal. Una simple maza y voluntad es lo único que hace falta para disfrutar de una jornada de convivencia, de risas, de buenas intenciones, de propuestas, de oportunidades, de ejemplo.
Ya sé que lo que menos necesitamos son actos simbólicos, fotos y promesas, y más actuaciones concretas, prácticas, estudiadas y planificadas a largo plazo, pero por algo se empieza. Quizás, mientras pasean hasta llegar a la señal observarán esas pequeñas aves capaces de cruzar el estrecho, de encontrar sus nidos del año anterior, descansando en sus humedales. Quizás, con la adrenalina del trabajo físico, descubran que es más importante conservar su biodiversidad que dejar señales y placas en edificios que desaparecerán bajo el agua del mar o enterrados sobre toneladas de tierra.
Llevamos tres meses intentando quitarla. Todos están dispuestos a colaborar, les parece una idea bonita, pero falta la autorización del ayuntamiento propietario que sigue dando largas. A tres concejalías ha llegado la propuesta y las tres prometieron contestar, pero pasa el tiempo y otros temas más importantes ocupan su atención: “menuda gilipollez esto de la señal, ¿a alguien le importa esto?”
También es cierto que no se ha presentado por registro, que hemos confiado en su agradable trato, en la buena disposición que han mostrado en otras sugerencias para ir mejorando sus políticas ambientales, educativas y turísticas, pero la espera se hace larga y en días como estos, que salimos a observar las aves migratorias, nos acordamos de las inútiles fronteras y de la cansina burocracia.
Después de estas palabras no se qué pasará. Quizás el silencio, la indiferencia; quizás se ofendan y arreglen la señal y la mejoren con luces de neón; quizás desaparezca porque alguien la quite sin pedir autorización (nadie se enterará porque nadie la echará de menos) o quizás se convierta en lugar de peregrinaje para hacerse un selfi con ella. A saber cuál es su futuro, el mío es incierto, porque “tan alta vida espero, que muero porque no muero”.
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