Estos días se ha celebrado la Semana de la Educación Financiera. Con este motivo se han celebrado numerosos actos. En todos ellos han participado expertos que han incidido en la necesidad de que los españoles desde la infancia cuenten con más y mejor información sobre cómo manejarnos con los conceptos básicos de la economía. Las cifras desde luego avalan esa petición. Apenas el 35% de los españoles asegura tener esos conocimientos básicos. Una de las actividades desarrolladas ha sido un documental protagonizado por estudiantes de bachillerato y sus familias de la localidad castellano-manchega de Socuéllamos y patrocinado por Santa Lucía. “Y a mí qué el dinero”, título del documental, ha dejado patente la carencia de los jóvenes y no tan jóvenes sobre cómo manejarse en su relación con el dinero y la economía en general y el deber de todas las instituciones de participar para dotar de un sentido más académico a la educación financiera desde primaria y como enseñanza obligatoria.
Este documental, como digo, lo han protagonizado jóvenes y adultos que nada tienen que ver con el mundo económico y financiero y me ha venido enseguida a la cabeza la necesidad de que también lo vieran y grabaran a fuego los que manejan nuestro dinero. Cierto que muchos, en teoría, son personas cualificadas con estudios en la materia. Sin embargo, a la vista del uso y destino que dan al dinero, se diría que necesitan algo más que un documental para cambiar esa creencia extendida sobre todo en la izquierda de que el dinero público no es de nadie y que se puede detraer a los ciudadanos y después utilizarlo sin ningún criterio de eficiencia. El ejemplo más palmario de lo que digo lo vemos en las cuentas públicas para 2022 que acaba de aprobar el Gobierno. Y, en concreto, me voy a fijar en las partidas millonarias asignadas a dos ministerios que obviamente no se destinan a mejorar la vida de la gente. ¿Es de recibo, por ejemplo, que el Ministerio de Consumo reciba el año que viene un 50% más de presupuesto? ¿Igualdad necesita 500 millones de euros? La crisis provocada por la pandemia y su mala gestión ha dejado mucha gente en la cuneta. No iba a quedar nadie atrás, pero se gastan miles de millones en programas que no necesitamos y que nadie vigila su eficiencia ni su destino, mientras tenemos millones de personas que o están en paro o en ERTE o son autónomos en cese de actividad o colas de ciudadanos que no tienen ni para comer y miles de empresas que han tenido que cerrar.
¡En serio hay que gastar dinero de los ciudadanos en “nuevas masculinidades y heteronormas” o en cursos de empoderamiento o en bonos juveniles para cine o conciertos, cuando sus padres no pueden ni pagar la luz o no llegan a fin de mes! Claro que necesitamos más educación financiera, pero sobre todo más criterio económico y menos ideología cuando de lo que se trata es de dinero que detraen del bolsillo de los ciudadanos, de su esfuerzo diario.
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