Hace ya mucho que la sesión de control al Gobierno de los miércoles se convirtió en la sesión de insultos al Gobierno, pero al hemiciclo donde habita esa oposición deslenguada y montaraz le ha salido, según el actual jefe de ésta, un duro competidor: la calle. Por eso, y seguramente para ahorrarse el esfuerzo de discurrir invectivas propias, Pablo Casado remitió al presidente Sánchez a lo que dice la calle de él, refiriéndose a los insultos y las procacidades que recibió durante el desfile del día anterior.
La calle. No sé por qué calles andará el señor Casado, pero le recomendaría, por su bien, evitar transitar por las asalvajadas y se fuera por otras de mayor urbanidad. Ahora bien; si se refiere concretamente al madrileño Paseo de la Castellana de los 12 de octubre, donde se ha instituido la macarra costumbre de injuriar con voces destempladas al presidente del Gobierno de la Nación, ora llamándole okupa, ora cabrito huérfano, mientras se ofrenda la corona de laurel a los españoles que perdieron la vida en acto de servicio, o mientras el paracaidista se juega el pellejo descendiendo desde 1.500 metros de altura con ese pedazo de bandera enganchada a un pie, entonces el señor Casado confunde lo que se dice en la calle del señor Sánchez con lo que se dice en esa en particular, donde, como queda dicho, sectores muy concretos y muy rústicos acuden a discrepar de muy malos modos con lo que han dicho las urnas.
En la calle se dice de todo, y en las tabernas, y en los grupos de whatsapp, pero en el Congreso de los Diputados y en los espacios de la política en general, deberían decirse no sé si otras cosas, pero sí con mayor decoro. Pero Casado, y ésto debería preocuparle y preocuparnos, tiende a la confusión, y no sólo en relación a las calles y en lo que se dice en ellas, sino también a la hora de concertar el gesto con lo que dice. Así, por ejemplo, cuando asegura que España se va directamente a la ruina, a la quiebra, se ríe muchísimo, como si semejante augurio le hiciera una gracia que no se puede aguantar.
Quizá si el líder de la oposición anduviera, bien que solo de vez en cuando, por otras calles, por otros barrios, por otros mundos, mejoraría la calidad de su audición, y, desde luego, descubriría un montón de cosas, desde que una nómina raquítica no alcanza para el alquiler de una vivienda, hasta que de él se dicen, más o menos, las mismas cosas que de su bestia negra, Sánchez, y eso que no gobierna. Hay calles y calles. Y políticos que las excitan irresponsablemente, o que arrojan en las alfombras del Congreso los insultos que han recogido por ahí.
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