Esta semana se han cumplido diez años del abandono de las armas por parte de la banda terrorista Eta, obligada a ello por la presión de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado y la fuerza la Justicia. El coronel jefe de la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil, Manuel Sánchez Corbí, dice que llegó a su fin “porque había sido derrotada, no tenía ya ninguna estructura”. Caso aparte es el papel de los ciudadanos del País Vasco, que se rebelaron ante los criminales sólo cuando esta gentuza mató a Miguel Ángel Blanco, pero las protestas se apagaron pronto. El periodista José Antonio Zarzalejos lo subrayaba el otro día en una entrevista en El Mundo, en la que decía que “la sociedad vasca no ha hecho una introspección sobre la indiferencia con la que contempló y convivió con una banda terrorista”.
Es cierto que callaron las armas, pero la enfermedad siguió. No sólo por la ignominiosa presencia de Bildu en las instituciones sino también en cada uno de los momentos en que se están organizando homenajes callejeros a los etarras que vuelven a sus pueblos tras años en prisión. En tales situaciones se pone de manifiesto que aún queda una metástasis de la inmoralidad sin extirpar. Es incomprensible que haya quien siga empatizando con quien mató a casi mil personas, entre ellas a niños pequeños. Como lo hacía aquella chica de Vitoria, a la que conocí en San Francisco en 1999 (poco antes ocurrió lo de Miguel Ángel Blanco). Ante mi sorpresa por su simpatía hacia Eta se encogió de hombros y dijo: “es que me han educado así”. Y siguió bebiendo cerveza como si nada. Debí levantarme e irme. Me arrepiento de no hacerlo.
Arnaldo Otegi, que será un canalla toda su vida, ha dicho que siente el dolor sufrido por las víctimas y que no debió producirse, pero no ha condenado la violencia ni tampoco han ayudado él ni su entorno a aclarar los casi cuatrocientos asesinatos sin resolver. Se ha lamentado como quien se apena por la muerte de una persona en un accidente de tráfico. Y algunos han salido raudos y alborozados a celebrar sus palabras vacías pero insultantes.
Claro que hoy vivimos mejor que hace diez años y claro que debemos felicitarnos por ello. Pero una sociedad construida bajo los principios de la verdad, la dignidad, la libertad, y la justicia no puede permitirse el olvido ni la indiferencia ante determinados actos. Un diputado de Ciudadanos, Guillermo Díaz, lo explicitó muy bien la semana pasada en el Congreso en un vibrante discurso, que les recomiendo que vean en Internet: si no queremos olvidar el franquismo, dijo, tampoco echemos tierra sobre el pasado más reciente de Eta.
En fin, no deberíamos seguir como si nada, como aquella chica de Vitoria a la que habían educado así y que nunca se planteó que aquellos años de plomo fueron inhumanos, crueles, vergonzosos y lacerantes para una sociedad que debería blandir unos mínimos baremos éticos para ser una democracia seria.
Consulte el artículo online actualizado en nuestra página web:
https://www.lavozdealmeria.com/noticia/9/opinion/224244/fin-de-eta