En la cúpula de Podemos parece que están al borde de un ataque de nervios. De no ser porque el PSOE comparece menguado en los sondeos de opinión no sujetos al entusiasmo del actual responsable del CIS, y que en todas las encuestas es superado por el PP, podría parecer que estamos en puertas de un anticipo electoral. No es el caso. Pero solo una clave de esa naturaleza podría explicar los ataques de dirigentes del partido morado a algunos de los miembros del Gobierno del que forman parte.
Aunque todo apunta a un exceso de sobreactuación y, en consecuencia, no parece que la coalición corra peligro, resulta llamativa la acritud con la que cargan contra Nadia Calviño. Por no hablar de la anunciada querella por supuesta prevaricación contra Meritxell Batet, presidenta del Congreso y destacada dirigente del PSOE. Azuzando la polémica también participa el dimitido Pablo Iglesias, que parece que no acaba de encontrar su lugar en el baúl de los recuerdos.
Las discrepancias al respecto de la oportunidad de derogar la reforma laboral o simplemente retocarla centran la polémica entre Nadia Calviño y Yolanda Díaz pero no justifican tanto ruido político y mediático. Ya digo que esta situación solo podría entenderse si estuviéramos en puertas de una campaña electoral y Podemos quisiera desmarcarse de sus socios.
Poco conocen Yolanda Díaz e Ione Belarra a Pedro Sánchez si creen que entra en sus planes convocar elecciones antes de agotar la legislatura.
Parece que se han tomado en serio al defenestrado Iván Redondo, el gurú que hace unos días aseguraba que habría elecciones en primavera y que Yolanda Díaz sería la próxima presidenta del Gobierno de España. No parece que tal profecía pueda hacerse realidad. Aunque la señora Díaz que fue recibida en el congreso de CC.OO. por un auditorio que coreaba “¡presidenta¡, ¡presidenta!” ha podido interiorizar semejante futurible. Pudiera ser que ese espejismo fuera el origen de tanta histeria.
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