Temario

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Juan Manuel Gil
21:52 • 07 feb. 2012
Hay temas sobre los que no me gusta escribir. Porque no me siento cómodo, me ponen mal cuerpo, desordenan mi poca tranquilidad, evidencian mi profunda ignorancia, indagan en el cuarto de máquinas y me hacen confundir la memoria con la invención. Esas son las razones que yo doy por buenas, pero no incurro en la estupidez de descartar otras muchas, porque seguro que las hay. Ahora bien, que no me agrade escribir sobre esos temas no implica que deje de hacerlo. Si me apuras, todo lo contrario. De hecho, la incomodidad, el desorden, la evidencia de desconocimiento, la búsqueda en uno mismo y la verosimilitud de la mentira le hacen bien al escritor. Al menos en una dosis justa que no imposibilite el desempeño de un buen trabajo. Así lo pienso yo. Luego están, obviamente, los temas con los que un escritor se siente convincente, a gusto y nativo; esos líquidos inflamables que manipula con cierta tranquilidad y que, incluso, se atreve a combinar con un inquietante descaro, aun a riesgo de volarse las uñas; ésos que, aunque nos resulten repetitivos en algunos escritores, estamos deseando que vuelvan a ellos una y otra vez, estamos temiendo que los abandonen para siempre. De estos últimos, yo tengo unos cuantos. Me reconozco muy cómodo cuando recreo en mi cuaderno escenas de un western. Escenas que, por lo general, poco tienen que ver con el clásico duelo a vida o muerte, la pelea enredada en el saloon o el atraco a una diligencia jadeante. Supongo que ése es uno de mis líquidos inflamables. Me encanta, además, hacer que un personaje literario irrumpa con violencia en mis textos cuando menos me lo espero o cuando menos me lo merezco. Por ahí andan Holden Caulfield, Santos Bueno o Geoffrey Firmin poniéndome las cosas difíciles y sacándome de apuros. Hay más temas, claro. Las noches de verano en las que cuesta romper la membrana del sueño, la opulencia negrísima y brillante de Scott Fitzgerald y Zelda Sayre, la coctelería más seca y austera, las conversaciones plagadas de elipsis que hilamos mi padre y yo, los asesinatos múltiples en mi pretenciosa urbanización y los libros sobre ciudades a las que nunca viajaré sobrio. Lo que no termino de tener claro es qué le interesa más al lector. Si los temas que me secan la saliva de un solo puñetazo o los que dan cobijo y alimento a mi comodidad. La mezcla de ambos. O ninguno de los dos. No sé, la verdad. No obstante, puede que me importe muy poco.






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