De la canción al deseo

“Cuántas veces me he preguntado para qué escribir, realmente sale de mí o me obligo a hacerlo“

Beatriz Torres
07:00 • 11 nov. 2021

Después de más de un mes de sequía, llovió maravillosamente en Antas durante la presentación de La canción de NOF4. Oír caer la lluvia de fondo aumentaba todavía más el goce inmenso que daba escuchar a la profesora Isabel Giménez Caro, en la disertación poética que hizo del texto, y a su autor Raúl Quinto a lo largo de toda su intervención. 



Cuando empecé el libro era como si ya lo conociera de antes, tan profunda e intensa fue su exposición, pero me quedo con la palabra escrita y aquí la tengo para siempre, según mi apreciación.



Cuántas veces me he preguntado para qué escribir, si realmente sale de mí o me obligo a hacerlo. Qué importa. Ya no me lo pregunto. Simplemente escribo porque como Nannetti, el gran protagonista de esta canción, necesito comunicarme para sobrevivir.



Me lo llevé conmigo a Oporto. Sin embargo, allí me quedé fascinada por el vino y por el Duero, y quise ser portuguesa. Descubrí un cine cerca de mi apartamento y por las noches asistía a un ciclo, en versión original, claro está, dedicado a Michelangelo Antonioni. 



Me vi la Trilogía de la incomunicación, que rodó a principios de los sesenta: La aventura, La noche, y El eclipse. También El grito, una película anterior, de finales de los cincuenta. Dicen que esta última fue su primera gran obra. Posiblemente. La vi la última noche y me quedé impactada. 



El desencanto de la burguesía, la soledad, el aburrimiento, la frivolidad, la incapacidad de comunicación en la pareja, son los temas centrales de esta trilogía. Mónica Vitti, Marcelo Mastroianni, Alain Delon, Jeanne Moreau, por citar a los más conocidos, son algunos de sus intérpretes. Jóvenes, bellos, encantadores.  



De todos ellos la más atractiva era Mónica Vitti. Su manera de moverse, de caminar distraída, como ausente, ensimismada, pero a la misma vez sintiendo lo que le rodea, porque la cámara no deja de fijarse en ella y en el espacio, con grandes silencios, hasta llegar al final de El Eclipse, donde el agua sale corriendo despacio de un bidón roto, en una esquina al lado de una construcción, mientras unos viandantes cruzan rutinariamente la calle. 



Lo que más extraño es despertarme con el sonido de las gaviotas. 


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