Los españoles respetamos más el Gordo que la bandera y al rey juntos. El himno que nos cuadra a piñón no es el oficial de nuestro país sino el soniquete monótono de los niños de San Idelfonso la mañana de cada 22 de diciembre. Ni Puigdemont ni Junqueras han podido evitar que la Bruixa D’Or hable español desde la independentista Lleida para vender lotería nacional a toda la piel de toro. La vertebración de España sale de un par de bombos y recorre tablas y alambres como si fueran cabos, ríos y montañas de nuestra geografía hispana.
Y por eso me tomo muy en serio el anuncio televisivo de la lotería cada año. Desde 1998 nos suena como el primer villancico. Todo gracias a aquel calvo mágico que se hizo popular en blanco y negro con música del doctor Zhivago. Así hasta 2005. Hoy sería imposible recuperarlo con la pandemia, pues repartía la magia a golpe de aerosoles. En 2006 se abandonó el blanco y negro pero se mantuvo la impecable factura en color con la maravillosa música de ‘Cinema Paradiso’. Comenzó otra buena racha de anuncios, conceptuales, sin argumento ni protagonistas humanos.
Hasta que el anuncio de 2014 salió rana, como el rey emérito. La dentadura de Raphael y los ojos de Monserrat Caballé amargaron el villancico lotero. Entonces, al año siguiente, llegó Manu, el agobiado cliente del bar de Antonio, un bonachón grande y tan empático como James Stewart en una convención de boy-scouts. Aquel anuncio tan emocionante dio un giro exitoso a los anuncios de la Lotería de Navidad, basados en el argumento, las personas y sus emociones. Y el décimo.
Le sucedió el anuncio animado de Justino, el vigilante de la fábrica de maniquíes, una pieza maestra digna del mejor Pixar. La racha alcanzó cotas de sentimentalismo delirante con doña Carmina, la maestra jubilada, con su despiste, su Alzheimer o sus ganas de tomar el pelo a todo su pueblo. Imposible de superar, se optó por el giro fantasioso con la bella extraterrestre Danielle y su magia amorosa. Al año siguiente, también caló el anuncio remedo de ‘Atrapado en el tiempo’, con su Mr.Scrooge lotero. En 2019, el anuncio fracasó y remontó el año pasado con un ‘Cuéntame’ nostálgico, con tranvías en la Gran Vía y un final con referencia a la pandemia ya presente.
¿Y el anuncio de este año? Tiene una calidad altísima en su forma. Sus planos, colores y encuadres recuerdan al cine de Wesley Anderson y también, lamentablemente, a su frialdad. Es una bonita caja vacía.
No funciona así nuestra lotería navideña. Regalar anónimamente un décimo no es de vecinos cariñosos y solidarios sino de ‘voyeurs’ viciosos. Así no se comparte la suerte ni la ilusión ni la vida. Esos vecinos son inquietantes. Con un par de cambios, podrían ser delatores, chivatos de una sociedad totalitaria.
El éxito de nuestra lotería es que compartimos los décimos a cara descubierta, como en la fábrica de Justino o el bar de Antonio; en escuelas, clubes, comercios, familias y pandillas. Pocas cosas ni ideas nos unen más que el Gordo; es nuestro patriotismo, nuestro socialismo y liberalismo. Con el Gordo y su liturgia nos hacemos españoles. Nuestra Lotería de Navidad es mucho mejor que el concepto anglosajón y digital de apuestas y juego que aisla a los individuos para sumirlos en su adicción. Por eso temo que este anuncio inquietante de este año sea un preámbulo, que nos meta en ese sendero y más temprano que tarde nos olvidemos de nuestra lotería navideña, se prohíba incluso por Gordofobia y entonces los anuncios proclamarán “La mayor inflación es compartirla” o “El déficit que nos une”, mientras un sonriente y guapo político nos insufla resiliencia como copos de nieve.
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