La llamada “Marcha Cívica para el cambio”, convocada por el colectivo anticastrista “Archipiélago” fue pólvora mojada porque la impidieron los aparatos policiales de la dictadura cubana. La agresiva marea roja de los adictos al régimen atemorizó a la marea blanca (ropa y rosas blancas) de los pacíficos disidentes y así se malogró la expectativa creada respecto a un eventual declive del castrismo.
Algo se está moviendo en una sociedad con hambre atrasada de pan y de libertades. Los analistas mejor informados sostienen que el descontento ya es inocultable, aunque temen que un posible desbordamiento acabe en una guerra civil. No lo creo. Más bien las señales apuntan a un debilitamiento del régimen, pero a cámara lenta.
La clave está en el empuje de las nuevas generaciones. Una revolución sin derechos humanos no es creíble. Y los nietos de esa revolución ya se han dado cuenta de que la libertad no es un lujo burgués en el paraíso del socialismo caribeño. Ese será el combustible para reactivar una oposición carente de recursos frente al blindaje militar y policial del gobierno de Díaz Canel. Ningún principio activo mejor que el de la juventud para visualizar el fin de la resignación.
El precedente está creado. Me refiero a las movilizaciones de julio. Desde entonces permanecen detenidos 400 personas, que se suman a una larga lista de presos políticos donde la supervivencia se ha hecho cada vez más difícil en los últimos años. Se cifra en un 71% la población cubana que vive por debajo del umbral de la pobreza.
Ese es el caldo de cultivo de las movilizaciones. Las redes sociales, las rosas blancas y una ambigua complicidad internacional no dan para declarar el fin del castrismo. Pero sí el fin de la resignación.
Las convocatorias del malestar movilizaron a los seguidores del régimen más que a los disidentes. Y eso significa que el miedo del pueblo cubano a la represión ha vuelto a frenar las demandas por la liberación de los presos políticos, el fin de la violencia represiva, el respeto a los derechos humanos y el diálogo como método para cerrar la brecha que se ha abierto entre el poder político y la ciudadanía cubana.
La cerrazón del régimen no ha podido ser más grosera. Hasta el punto de confinar en su domicilio al activista de “Archipiélago”, Yunior García, que pretendía salir a la calle vestido de blanco, con una rosa blanca en la mano. Ese era todo su arsenal de confrontación con los policías del castrismo, algunos vestidos de civil.
Tan desproporcionadas actuaciones de la policía castrista están poniendo en evidencia la debilidad del régimen. Retratado queda en la masiva movilización de recursos oficiales contra los amagos de llevar a la calle el malestar de la sociedad.
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