Una mujer argentina que vive en París y conocí hace varios años en una comida un día de mercado en Cariatiz (Sorbas) me habló por primera vez de Roberto Bolaño, un autor chileno que emigró a España, concretamente a Cataluña, a finales de los setenta.
La escuché, pero no le hice ningún caso y eso que me lo repitió de nuevo en una conversación telefónica, por favor, me dijo, lee sus cuentos y luego hablamos.
Seguí sin atender sus sugerencias, es más, llegó un momento en que ya no le cogía el teléfono. No comprendo en absoluto mi actitud ni mi comportamiento. Soy una mala persona, me decía, pero continuaba sin atreverme a cruzar el umbral de esa persona y de ese autor recomendado.
Algo parecido, pero, al contrario, me ha sucedido con una asociación de autismo de la que yo era socia. Después de hablar con su presidenta y plantearle mis propuestas sin ser atendida en ellas, me escribe un mensaje pasando literalmente por encima de mí y de mi familia, sabiendo ella lo importante que era para nosotros esta asociación, y sin embargo no recibimos ningún atisbo de solidaridad. Recordé una frase que leí recientemente no sé dónde, pero que dice: vivimos un tiempo en el que abunda más la susceptibilidad que la sensibilidad.
Entremedias me topé encima de la mesa camilla con un libro que recogía los cuentos completos de Bolaño, lo había comprado alguien de la familia y se lo había dejado mientras se fue unos días de viaje.
Tomé el libro entre mis manos y empecé a repasar el índice, qué títulos más atractivos, me dije. Como si fuera un pecado mortal leerlo busqué uno que fuera cortito, también porque más tarde quería ver una película.
Elegí “Jim”, un cuento de justo dos páginas, precioso y encantador. La escena ocurría en México DF, la ciudad por donde vagaba Jim, un marine que había combatido en Vietnam y que en esos momentos andaba muy triste y lloraba. El narrador lo arrastra del borde de una acera donde Jim, absorto, contempla a un tragafuegos que se acerca a ellos con los carrillos hinchados para luego lanzarles una culebra de fuego. Sin embargo, Jim ahora es poeta y busca lo extraordinario para decirlo con palabras comunes y corrientes.
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