Se habla mucho de los límites del humor y de los ofendidos –ofendiditos- por los chistes de nuestros cómicos que, algunas veces, tienen muy poco gusto. Varios de ellos han sido condenados por haber agraviado a determinados colectivos, lo que no termina de cuadrar en una democracia. Aunque de esto hablaré otro día. Al hilo del humor y de sus límites hagamos una analogía con los movimientos y partidos políticos que acuden a lugares donde manda el pensamiento único y son desalojados con violencia porque no admiten una palabra o una idea diferente a sus sagrados postulados ideológicos. Son los ofendiditos del nacionalismo. El otro día, sin ir más lejos, sucedió así en la Universidad de Barcelona con el movimiento S`ha acabat.
Esta asociación estudiantil lucha desde los años del fatigoso y cansino procés por y para desafiar al nacionalismo imperante en la universidad catalana y, ciertamente, sus acciones no han sido recibidas con mucho entusiasmo por la propia universidad, que permite y seguramente auspicia la presencia de símbolos independentistas, y no digamos ya por los colectivos juveniles más exaltados. En el templo del saber, el pensamiento y la libertad de expresión y de cátedra estos valientes jóvenes constitucionalistas son obsequiados cada vez que realizan un evento con procaces insultos e invitaciones a marcharse, como se obraba con los judíos en la Alemania de Hitler. Lo alucinante es que gran parte del arco parlamentario español mira para otro lado.
Algo todavía peor ocurría hasta hace poco en el País Vasco con los concejales del Partido Popular y Psoe, que eran inhabilitados y repudiados socialmente poniéndoles dianas en las calles. Y de las dianas pasaron al tiro en la nuca, los muy cobardes. Aquellos hombres y mujeres que resistieron como leones y se plantaron ante el miedo merecerían hoy nuestro tributo y homenaje como los grandes defensores de la democracia en España. Los que fueron asesinados y los que sobrevivieron al terror.
Aunque tampoco hay que irse tan lejos. En los últimos tiempos se ha criticado también a los partidos constitucionalistas que han ido al País Vasco a celebrar mítines. Desde no pocas voces y partidos políticos (esos que luego piden que los humoristas puedan decir lo que quieran o que al rey y a la bandera se les pueda ultrajar) han afeado a sus oponentes políticos por ir a tal o cual municipio “a provocar”, es decir a ofender. Y esto sí que resulta indecoroso escucharlo en un supuesto demócrata. ¡Claro que hay que provocar!, ¡y ofender! Entre otras cosas, se debe provocar que la gente piense, que puedan escuchar al diferente, que entiendan que la democracia va de esto y que no pueden expulsar a quienes no piensan igual. Porque eso, justamente eso, es el verdadero fascismo que empieza pudrir nuestra democracia.
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