En el proceloso mundo de las cenas navideñas de empresa, sobresalen unas como las más perturbadoras, las de los partidos políticos, que también son empresas y, en gran medida, de colocación. La rivalidad, que no la han inventado Isabel Díaz Ayuso y Pablo Casado, se mastica en esas cuchipandas como algo más físico, más material, que las viandas que se van sirviendo, hasta tal punto que si en torno a la mesa corrida se sentaran criaturas de diferentes partidos en vez de correligionarios, desaparecería de ella toda tensión.
Ayuso y Casado no han inventado, ciertamente, la malquerencia familiar (los partidos son empresas, pero también familia), pero sí una suerte de mutua ojeriza tan potente que ha sido capaz de hacer saltar en mil pedazos una institución tan sacrosanta para empresas, partidos y familias como la de la cena de Navidad. De ahí al caos, a la anarquía, al fín del mundo prácticamente, no hay más que un paso, pero Casado y Ayuso, pese a que lo saben, no parecen tener la menor intención de echar el freno en su loca carrera hacia el abismo. Es más; le han cogido tanto gusto a la cosa iconoclasta y cainita, que ya ni el mismísimo Pedro Sánchez, el íncubo favorito e inspirador de ambos, les pone tanto como una buena ración de leches entre ellos.
Aparentemente, Ayuso quería cena del PP, y Casado no, pero no nos engañemos: la presidenta de Madrid la quería para volarla desde dentro. El presidente del PP, pese a sus limitaciones, se había pispado de ello, y ha eludido el atragantamiento que, a buen seguro, iba a proporcionarle esa cena nonata junto a la que le disputa, sin ningún disimulo ya ni miramiento, el poder. Así pues, lo de que a Ayuso le pirrian los bares, los restaurantes, el copeteo y el lobby hostelero más si cabe con pandemia que sin pandemia, pues cifra en la apócrifa libertad de las tascas abiertas de par en par en las actuales circunstancias la masiva adhesión a su persona por muy delirante que ello parezca, no es lo sustancial que le ha llevado a montar ésta última batalla de la cena navideña, si no, más bien, atormentar a Casado con cena o sin cena.
Ese “¡coño!” de Casado en la sesión de control al Gobierno, tan disímil de aquél otro que soltó el añorado Labordeta en la misma Cámara, no iba, en el fondo, dirigido a Pedro Sánchez: iba a emplear otro término, pero se le debió cruzar la imagen de esa cena, esa no cena, de Navidad.
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