Todo sube y es preocupante: la inflación provocada por el precio de la energía y los combustibles agita la paz social y compromete la esperada recuperación económica; además, el Covid llama de nuevo a la puerta, con hospitales que empiezan a saturarse y un personal sanitario todavía agotado por anteriores olas del virus.
Todo sube e inquieta pero, entretanto, se disparan los insultos en la política española. Crece el desprestigio de líderes y portavoces, unos más que otros, y el mensaje de agresión verbal que se traslada a la calle configura un clima inhóspito.
La semana pasada se batieron récords. Los analistas debaten sobre si la radicalización verbal de Pablo Casado está en relación con los problemas internos del Partido Popular, por la pugna entre el líder y la presidenta madrileña Isabel Ayuso; o quizás la inquietud proceda de las expectativas de Vox, al alza en las encuestas, con una supuesta fuga de votos que habría que taponar a voces. Sea como sea, no fue una buena semana para nadie porque al intento de desgaste del Presidente Pedro Sánchez se suma ahora como diana a la Vicepresidenta primera Nadia Calviño, autora de algún exceso verbal en privado, más acostumbrada a la cortesía parlamentaria de Bruselas que al tono bronco del Congreso.
Que la oposición quiera desgastar al Gobierno es legítimo. Pero ¿no desgastaría más a cualquier gobernante presentarle alguna idea alternativa a su gestión? Es decir: en vez de repetir mil veces entre descalificaciones “ustedes son unos incapaces”, plantear algo así como “eso se hace de otro modo y aquí le brindo una solución, ya que no saben encontrarla”. Eso sí desgastaría y atraería votos. Desgraciadamente no se produce. Vox ni siquiera ha presentado enmiendas a los Presupuestos del Estado, solo la de totalidad. Lo novedoso llega por el calibre de los adjetivos y no por las ideas. “Emplear en el Parlamento un nivel tabernario no es lo más educado, sobre todo si las expresiones no son producto de un acaloramiento, sino que están prefabricadas en un gabinete de estrategia que intenta ganar titulares”, sostiene Marcelino Iglesias que fue portavoz socialista en el Senado al dejar la presidencia de Aragón. Habría que sustituir a los asesores que fabrican insultos por otros que aporten ideas para descolocar a quienes gobiernan en España, o en cualquier autonomía.
Por fortuna, lo que pasa en Madrid y retransmiten las televisiones se diluye, o se matiza, en cuanto se viaja por el país. Observamos el tono del presidente gallego Nuñez Feijóo, o del andaluz Moreno Bonilla, ambos populares, y no hay indicios de esa exaltación. Participamos el viernes en el Día Mundial del Cooperativismo y convivieron en el acto de Ucomur políticos de varios partidos. Los ponentes paseamos después con ellos por Murcia y la única amenaza percibida venía del virus. López Miras, presidente regional, compartió mesa en una terraza con la Directora de Economía Social del Ministerio de Trabajo, que dirige la Vicepresidenta Yolanda Díaz; hubo diálogo, incluso risas, y por allí desfilaron ciudadanos a saludar a unos y a otros. Parecía otro país.
Habría que echar cuentas sobre la rentabilidad electoral de las descalificaciones. Si el Partido Popular se acerca tanto a Vox en el tono y sin propuestas eficaces, solo podría gobernar si ambas formaciones sumaran mayoría absoluta. Y menuda cohabitación les esperaría. Si quedan cerca, lo que es probable, difícilmente alguien querrá facilitarles el Gobierno. Apuesta arriesgada la de Pablo Casado.
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