Los hijos de las panaderas

Pero ante todo, Enrique y Francisco Manuel son los hijos de “la Encarna” y “la Engracia”

José Luis Masegosa
09:00 • 20 dic. 2021

Superado su ecuador, este diciembre pandémico, incierto y desafiante, alumbra con oscura luz de aniversarios y remembranzas de dolor. Dos décadas y un año de ausencia del malogrado Carlos Cano se cumplieron ayer, una conmemoración que la pátina del tiempo diluye progresivamente, salvo en los corazones donde no habita el olvido y donde late el eterno pulso vital de su memoria. Una década y un año marcan el adiós terrenal de otra de las grandes voces del Sur. El pasado día trece se cumplió otra de esas tristes efemérides que  acuñó la orfandad en el mundo del arte, en concreto del cante y del flamenco. En tal fecha, Santa Lucía para más señas, nos dejó la insustituible e innovadora voz de Enrique Morente, de quien me habla en estas horas confusas su íntimo amigo de siempre, el guitarrero y guitarrista Francisco Manuel Díaz Fernández, quien tuvo entre sus discípulos a un descendiente de Antonio Torres.



 



En un acogedor universo de sabiduría, entre numerosos episodios gráficos con los grandes más grandes del flamenco y del cante jondo, la amena e ilustrada voz de este decano de los constructores de guitarras del mundo –seis décadas y media en el oficio- vuela con una soleá rasgada en la guitarra  - su vida- y nos lleva, con templanza y sosiego, a la grisura de la postguerra en aquella capital nazarí donde faltaba de todo menos el hambre.






El hambre que paliaba la venta callejera y a domicilio de pan a manos de Encarna Cotelo y de Engracia Fernández, madres respectivas del cantaor Enrique Morente y del guitarrero Francisco Manuel Díaz. Con solo un día de diferencia, ambas figuras del arte profundo llegaron al mundo en la Navidad de 1942. Desde aquella infancia sellada con la amistad y los juegos en las plazas más emblemáticas del centro de la ciudad de la Alhambra, las vidas de los dos colegas transcurrieron paralelas hasta que el cantaor fue fichado para aportar su virtuosismo al conjunto de “Los Seises” de la catedral granadina, en cuya plaza y aledaños ambos ayudaron con orgullo a sus progenitoras –que se conocían y eran amigas- en el reparto y venta de las hogazas de pan de estraperlo. Una sonrisa de nostálgica satisfacción se suma al vespertino conversatorio que se torna sobrio y apesadumbrado cuando el maestro de la madera y las cuerdas lamenta la desaparición de su amigo, paisano y colega, en la que  en su opinión algo pudo influir la elección del establecimiento sanitario donde fue tratado de su dolencia.








De “esqueletero” –quien construye los esqueletos y armazones de los sofás y tresillos- a guitarrero. Este fue el trayecto fulminante de Francisco Manuel Díaz gracias a Yudes, un pintor vecino de su casa. Frisaba él los trece años cuando el maestro guitarrero Eduardo Ferrer, hijo de Benito Ferrer –cuyo taller fue compartido durante un poco tiempo por el padre de la guitarra contemporánea, nuestro paisano Antonio Torres- le dijo al pintor que estaba buscando un muchacho que supiera manipular la madera para trabajar en su taller. El pintor le respondió que tenía a la persona indicada. Fue así como Francisco Manuel Díaz se incorporó al apasionante y misterioso mundo de la fabricación de guitarras, oficio que aprendió también de Manuel de la Chica y de Bellido, hasta que creó su propio taller. Entretanto, Enrique Morente se marchó a Madrid en plena adolescencia y a su regreso los dos amigos se reencontraron, incrementando la vinculación personal y artística.


La relación entre ambos artistas ha estado alimentada de innumerables vivencias y no pocas y curiosas anécdotas, que nuestro interlocutor sabe desgranar con la certera y sana ironía que le acompaña. No olvida el lutier un viaje a Madrid de los dos compadres en el utilitario –Seat 1430- de su propiedad, que él conducía. Ensimismado y centrado en la conducción con una respetable velocidad, el guitarrero apenas si prestaba atención al cantaor, que ocupaba el asiento del copiloto. Pasado Despeñaperros, cuando la autovía era un sueño, el maestro de las guitarras comenzó a oír ¡Manoillo!..¡Manolillo!., y como si despertara de un sueño desvió la mirada y vio a Morente, en un gesto muy suyo cuando cantaba, girando la mano derecha sobre sí misma, al tiempo que le espetaba: ¡¡¡Como cambies de compás a ver donde vamos a parar!!!!. Hubo muchas más y curiosas experiencias compartidas, como la que los dos colegas vivieron veinticuatro horas antes de la boda de Enrique Morente con Aurora Carbonell. Fue en Madrid, el día antes del enlace el propietario del establecimiento hostelero que el cantaor había contratado le comunicó que no podía celebrarse allí la invitación porque había contraído el compromiso con otro cliente que le había subido el presupuesto. Con el tiempo justo, el novio y su colega tuvieron que buscar unas cocheras, adecentarlas y disponerlas para la ocasión. Al final hubo celebración compartida.


Son sólo algunas reseñas de la entrañable relación entre dos grandes del mundo flamenco: La eterna voz de Morente, y la sabiduría artesana de quien se siente más guitarrero que guitarrista, a pesar de haber acompañado a algunos de los nombres más conocidos de la historia del flamenco: Antonio Mairena, Cobitos, Tía Anica la Piriñaca, Fosforito, Menese, Carmen Linares y un largo etcétera. Francisco Manuel Díaz ha dejado su legado artístico a sus hijos, Francis y Víctor, quienes siguen la trayectoria de su padre, acaso el mejor decano del noble oficio guitarrero. Pero ante todo, Enrique y Francisco Manuel son los hijos de “la Encarna” y “la Engracia”, los hijos de las panaderas.


Temas relacionados

para ti

en destaque