Juan Manuel Gil
21:35 • 14 feb. 2012
Estas palabras no nacen del fuego de los acontecimientos. No son expulsadas desde el espasmo, la rabia, la ofuscación o la ceguera que conllevan algunas emociones. Estas palabras nacen de la reflexión que ofrecen el tiempo y la lectura tranquila, la confrontación de ideas con los amigos y la sedimentación –no la aniquilación- de las emociones más contundentes. Es decir, estas palabras no buscarán excusa en la alucinación de un corazón incendiado por la injusticia o cualquier cosa ñoña que se le parezca. No habrá atenuantes una vez puesto el punto final.
Esto es: Me da miedo el Tribunal Supremo. O parte de él. Me da pavor la impecable lección de venganza y tirria que ha sido capaz de concentrar en setenta páginas. Ahora sé lo que antes sospechaba: que esta institución tiene estómago y sufre de agrios reflujos ultraconservadores. Le deseo que el tiempo y la justicia popular y poética –la ordinaria se concentra en ella misma- le devuelvan la seca neutralidad que calcinó mientras se quitaba del camino a Baltasar Garzón y lo dilapidaba con once años como once sogas como once pares de zapatos de plomo. Y se lo deseo de corazón, porque no hay nada peor para un país que una justicia que se intuye desproporcionada y anticipada. Eso nos hace infinitamente frágiles. Así que pienso que esta sentencia es una mala astracanada que, lejos de hacer reír, provoca desconcierto, desamparo, indignación y una peligrosa orfandad judicial. Quienes están al frente de esta institución aseguran que el texto es impecable y que la honestidad de los jueces ha de estar fuera de toda duda. Pero esa parece una lectura tan inocentona y superficial que no me saca de la cabeza este pensamiento: la sentencia es la pieza clave de un puzzle decisivo. El que dibuja un ejemplar pellizco de nuestra corruptela política y sus aledaños: la absolución del dueto Francisco Camps y Ricardo Costa –y su previsible regreso a cualquier cargo público- por un tribunal popular dividido, la inminente petición de nulidad del caso Gürtel argumentando que Garzón cometió ilegalidades tal y como asegura el Tribunal Supremo y, por último, el noqueo de quien impulsó con determinación y responsabilidad la búsqueda de las víctimas del franquismo en cunetas, fosas comunes y demás sucedáneos de la vergüenza. Me pregunto si Fitch, Moody’s y Standard and Poor’s nos rebajarán la calificación de la deuda por ocurrencias como ésta. Me pregunto si es ahora cuando deberían rescatarnos de verdad, sacarnos del pozo de las parodias más dolorosas y enfrentarnos a nuestro propio reflejo deforme.
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