Cuando por fin Joe Biden ha hablado claro y el ex presidente Jimmy Carter ha advertido del “riesgo de enfrentamiento civil en Estados Unidos”, se ha desvelado la extrema gravedad del proyecto insurreccional que animó Donald Trump para mantenerse en el poder tras perder las elecciones. Hasta ahora se escribía sobre las “treinta mil mentiras publicadas en Twitter en cuatro años” por el compulsivo presidente que, aprovechando su insomnio, descalificaba a quien fuera, o creaba una crisis internacional desde la red. Agradeceremos siempre a The Washington Post que a diario, en aquellos años, contabilizara las mentiras publicadas por Trump. Unos cien millones de estadounidenses las creyeron y las veneran todavía. Así que el peligro persiste, incluida la reelección de Trump en tres años.
El día 6 de enero de 2021, cuando las cámaras parlamentarias se disponían a proclamar a Biden como presidente, Trump envío a miles de personas, concentradas ante la Casa Blanca, al asalto del Capitolio. El pasado jueves, los cargos judiciales contra el detenido Steward Rhodes, líder de la milicia armada Oath Keepers, clarificaron el plan.
El 5 de noviembre de 2020, al día siguiente de la victoria inapelable de Biden -en delegados y en votos- Rhodes envío una comunicacion cifrada a sus tropas: “No vamos a superar esto sin una guerra civil. Prepara tu mente, cuerpo y espíritu”. Pronto se identificó el 6 de enero como la fecha límite para detener el proceso; se reservaron hoteles en Washington y se organizaron viajes de gente uniformada y armada para tomar el Capitolio. Ninguna autoridad convenció a Trump de parar aquella locura, ni sus propios hijos, durante las cuatro horas de asedio a la sede parlamentaria en la que murieron tres asaltantes, un policía y otros dos se suicidaron en los dias siguientes por estrés postraumático. Pero hubiera podido ser una masacre de docenas o de cientos de personas, como era el objetivo, para que Trump pudiera proclamar la Ley Marcial y perpetuarse en el poder.
No estamos ante una imaginativa ficción de Netflix, o plataforma similar. Al contrario: un increíble documental con imágenes inéditas del asalto (tomadas por las cámaras de los propios asaltantes y las de seguridad), más testimonios de incalculable valor, certifican el alto riesgo humano y político que se corrió. “Cuatro horas en el Capitolio” acaba de estrenarse en HBO. Imprescindible para entender lo que figura en el escrito de acusación de 48 páginas elaborado por la Fiscalía General de Estados Unidos que habla de “conspiración para la sedición” descartando la teoría del “ataque improvisado”.
Lo sucedido hiela la sangre porque si es posible un golpe de estado, y a punto estuvo de producirse, en “la capital del mundo libre”, como se califica en tono propagandístico, qué puede suceder en cualquier país latinoamericano, o de otros continentes, que tienen a Washington como referencia y como cierta garantía antidictatorial. Cualquier país podría convertirse en Venezuela, o Nicaragua, y nadie intercedería para evitarlo. Es más, al condenar a Nicaragua por haber celebrado elecciones después de que Daniel Ortega encarcelara al resto de candidatos, el país ha estrechado relaciones con China, Rusia e Irán. Listos.
“Hay un retroceso democrático muy preocupante en el mundo, especialmente en América Latina”, comenta Mariano Jabonero, secretario general de la OEI (Organización de Estados Americanos). Estremece pensar lo que sería el salto al vacío de la historia con un régimen dictatorial en Washington.
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