Que la política española se vuelve cada día más insustancial lo demuestra, por si hicieran falta más ejemplos, la inmensa batalla ‘parlamentaria’ que se nos muestra en torno a una reforma laboral que ni es reforma ni es casi nada, y que puede salir adelante o fracasar dentro de unos días en el Congreso en función de múltiples cuestiones... que, por supuesto poco o nada tienen que ver con la esencia de esa reforma ni con el bienestar de los trabajadores. Lo que prometió ser ‘derogación’ se ha quedado casi en ‘renovación’, con cambios no esenciales, de lo que había.
Claro que prácticamente nadie de los que más se fajan en la guerrilla laboral, más allá de los agentes sociales, que están teniendo un magnífico comportamiento en comparación con las ‘fuerzas políticas’, se ha leído a fondo la cuestión, tan hábilmente manejada por la vicepresidenta Yolanda Díaz que hasta se nos ha olvidado el compromiso derogatorio, que ya sabíamos que no iba a ser posible. Entre otras cosas, porque, en el fondo, nadie lo quería. Era un viejo compromiso que todo el mundo consideraba nocivo, pero a ver quién era el guapo en la izquierda que lo decía. Así que lo mejor es no decir nada, lanzar cortinas de humo, y ‘rebus sic stantibus’, o sea, dejar las cosas con cambios ‘lampedusianos’ para que todo siga igual.
Lo que ocurre es que el PSOE necesita una victoria parlamentaria más para presentarla ante la UE, ahora que se aceleran los fondos ‘next generation’; que el PP no se apea de su posición tozuda del ‘no es no’ a una reforma que es casi --casi-- su propia reforma; que Esquerra, a la que el tema le importa un rayo, anda mosqueada con la ministra de Trabajo y vicepresidenta porque su ‘proyecto político personal’ está teniendo más aceptación en el mundo de la izquierda que otros mucho más clásicos y apolillados, como el de la propia ERC; que Bildu anda con sus presos a cambio de apoyo a la reforma; que el PNV busca obtener réditos en cosas dispares, para nada conectados con el tema central teóricamente en debate.
Y así todo: incluso la campaña hacia las elecciones en Castilla y León dificulta cualquier acuerdo con los ‘populares’ en materia laboral, mientras Ciudadanos, que se ahoga, se ofrece ahora a votar el proyecto-decreto del Gobierno socialista que hace muy poco rechazaba. ¿O acaso cree usted que la oferta de apoyo de los ‘naranjas’ al proyecto de los socialistas no tiene nada que ver con el agravio sufrido con el adelanto de las elecciones castellano-leonesas a manos del PP?
Me parece lógico que a usted le cueste entenderlo, como cuesta entender casi todas las enormes polémicas que se generan en este país nuestro y que luego acaban disueltas en la inmensa tormenta en vasos de agua que se desbordan, sí, pero con pequeñas gotas que caen sobre la mesa, sin jamás arrasar los secarrales. ¿Quién se acuerda ya de los indultos, de lo del salario mínimo --que esa va a ser otra--, de las peleas del Supremo con el Ejecutivo --otra, también--, de la que se montó con la renovación del Tribunal Constitucional, de...?
Pues eso: que aquí, en esta España testicular, lo importante es la batalla por la batalla, y lzas soluciones o el consenso en torno a los temas clave son secundarios. Y ya verá usted cómo, de una manera o de otra, la micro-mini reforma (que, para colmo, no digo yo que se necesitase otra cosa) pasará el trámite parlamentario, doña Yolanda nos convencerá de que es casi una derogación en toda regla, el PP asegurará que va a ser una catástrofe para el empleo, el Gobierno seguirá con la contratación pública que tan bien sienta en las cifras del INEM y a otra cosa, que siempre encontraremos un motivo nuevo para dividir a las dos Españas.
Y don Pedro Sánchez, cabalgando sobre ambas Españas --sobre una más que sobre otra, también es verdad-- seguirá adelante con la marcha de la Legislatura, que, ‘pequeños’ escollos aparte, como lo que pueda ocurrir en las elecciones de Castilla y León, o como alguna tontería que dice algún/a ministro/a secundario/a, va bien. Como nos lo recuerdan portavoces gubernamentales todos los días. Y el caso es que no les falta del todo la razón, porque lo que Milan Kundera llamó la insoportable levedad del ser se extiende, y el más leve es el que más se eleva en estas condiciones.
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