El único organismo demoscópico que depende del Estado, o sea, que está financiado con dinero público, es el CIS, y es el que más se equivoca en sus encuestas, Al menos, en aquellas que tienen una comprobación a posteriori, como son los sondeos electorales.
Hay varias explicaciones posibles, desde la mala suerte hasta la mala praxis profesional, pero existe una más lógica y más inquietante, que es la del engaño deliberado, ofreciendo unos datos sesgados para así influir en los electores. Y eso es tanto más verosímil en cuanto las previsiones del CIS favorecen siempre a la izquierda, en general, y al PSOE, en particular, partido del que procede el presidente del instituto demoscópico, José Félix Tezanos.
Ese clamoroso desvío de la realidad se produjo en las últimas elecciones generales, pero sobre todo en las autonómicas andaluzas y madrileñas, donde auguraba una posible derrota de la derecha que no sucedió.
La razón de ese empecinamiento en la mentira, con dinero de nuestros impuestos además, es la de influir en el electorado, inclinando su voto hacia la izquierda. Por un efecto imitación, se supone que los ciudadanos propenden a ir hacia donde va la mayoría, tanto en las decisiones políticas como en las de consumo de cualquier bien. Así que se trata de que pues la mayoría de electores prefieren la izquierda, el ciudadano situado frente a la encuesta haga lo mismo.
Lo malo de esta grosera manipulación es que resulta tan obvia que no se la creen ni partidos ni electores y que hasta los beneficiados por ella confían más en los sondeos realizados por institutos privados pagados por los particulares. Bien pronto lo comprobaremos en las próximas elecciones a Castilla y León.
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