Aunque siempre he sido un filólogo que ha jugado en las categorías inferiores, la mediocridad de mi competencia no me ha eximido de haber defendido una serie de peregrinas teorías de andar por casa. Ya sabemos que la osadía intelectual suele ser inversamente proporcional al verdadero conocimiento, y sin duda alguna yo soy un ejemplo claro que ilustra ese axioma.
Una de estas ideas que he mantenido toda mi vida, sin ninguna base empírica, es la de que el habla de la ciudad de Almería resultaba relativamente más inteligible que la del resto de Andalucía para el hablante castellano estándar. En mi opinión, el motivo de esta característica se debía a que, antes del crecimiento económico de nuestra provincia y de la formación de la Comunidad Autónoma andaluza, gran parte de los funcionarios administrativos y enseñantes que desempeñaban su tarea en la capital procedían de regiones del Centro y Norte de nuestro país.
Para ello me fundamentaba tanto en mis vivencias como en los relatos de mi padre, quien durante toda su vida me hablo de la suerte que había tenido con los profesores del Instituto de Enseñanza Media de entonces, la mayoría grandes profesionales procedentes de fuera de Andalucía (en algún caso profesores de diversas Universidades represaliados), entre los que destacaba Celia Viñas. Dejo al criterio personal del lector decidir si esta realidad se encuadraría dentro de la famosa frase de Juan Goytisolo sobre nuestra provincia en la década de los 60: “Almería no es una provincia española. Almería es una posesión española ocupada militarmente por la Guardia Civil”.
En mi experiencia personal, fueron muchos los Hermanos de las Escuelas Cristianas que tuve como docentes que procedían de Castilla, Cantabria, La Rioja o Asturias. Con la excepción del bien conocido Hermano Rufino Sagredo, su vinculación con la realidad de nuestra provincia era en la mayoría de las ocasiones escasa, lo cual en modo alguno pretendo decir que les invalidaba como docentes. De hecho, en algún caso le debo una motivación concreta por algún área de conocimiento que me ha durado toda la vida.
En concreto, recuerdo a un profesor de Lengua y Literatura Española de origen castellano cuyas enseñanzas me han influido. De hecho, sus explicaciones sobre la influencia de la cultura oral en el nacimiento de la literatura en lengua castellana y su carácter popular frente a otras literaturas europeas de un carácter más aristocrático, cautivó mi imaginación de adolescente. A pesar de ser una idea discutible, mientras aquel hombre nos hablaba yo podía visualizar a un juglar (o juglaresa, que también las había) que en el centro de una plaza de San Esteban de Gormaz narraba el Cantar del Mío Cid a un abigarrado grupo de villanos.
Pero aquel hermano, a pesar de su buena voluntad de transmitirnos conocimientos, cometía un error de bulto. Ni siquiera se molestó en documentarse lo suficiente para enriquecer sus clases sobre la épica castellana con una referencia mínima a que existía un Poema de Almería datado alrededor de 1147 que aporta claves sobre los orígenes de los Cantares de Gesta castellanos, incluida la de citar por primera vez a Rodrigo Díaz de Vivar, como Mio Cid. Solamente muy avanzada mi vida, he descubierto esta significativa realidad de mi tierra de origen, que me ha sido negada durante muchos años por el sistema educativo y la cultura oficiales, al igual que por ejemplo la influencia de la escuela sufí de Almería en la literatura mística.
Por ese motivo, veo con alegría que se suceden las iniciativas, básicamente privadas y en ocasiones públicas, para recuperar nuestra historia y reivindicar nuestro lugar en el mundo. Me atrevo a afirmar que, si esperamos que las administraciones supraprovinciales lo hagan por nosotros, la cultura del Argar se percibirá finalmente como murciana (sin ánimo alguno de generar debate entre zonas hermanas, pero sí de defender lo nuestro) y el impresionante pasado medieval de esta tierra seguirá siendo ignorado para la mayoría de sus habitantes.
En resumen, en mi modesta opinión, es el momento de que los almerienses dejemos de ser una colonia cultural de Madrid, Sevilla, Granada o cualquier otra zona geográfica y nos reivindiquemos frente a nosotros mismos. Me gustaría que, si en el futuro tengo nietos, no me tengan que llamar desde una institución cultural europea, como su madre, para preguntarme extrañados si es cierto que en Almería existió en algún momento una notable colonia judía.
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