Los recientes triunfos socialistas en Alemania y Portugal han envalentonado a sus homólogos españoles, aunque unos y otros no tengan nada que ver. Lo ha evidenciado el canciller alemán, Olaf Scholz, en su reciente visita a nuestro país. Con unos socios de Gobierno muy distintos a los de Pedro Sánchez, ha recordado su política económica liberal y la necesidad del cumplimiento presupuestario de cara a la Unión Europea.
Lo de Portugal es incluso más obvio, con un jefe del Ejecutivo, António Costa, que no quiso tener a sus apoyos parlamentarios izquierdistas dentro de su anterior Gabinete y que prefirió la crisis y unas nuevas elecciones antes que escorar sus Presupuestos hacia la izquierda.
Ahora, con una mayoría absoluta, tiene las manos libres para una política que prima la atracción de inversores a otras medidas más utópicas. La política del Partido Socialista portugués se basa en rebajas fiscales y dar facilidades de instalación en el país de jubilados y rentistas, con exenciones tributarias impensables en estas latitudes, como la de que no paguen impuestos las rentas generadas fuera del país por los residentes no habituales.
Aquí, digo, la política del único Gobierno europeo con comunistas en su seno, va en sentido contrario, con una mayor presión fiscal y penalización a las inversiones, pues no otra cosa es la que propicia, en el fondo, la nueva ley de vivienda, por ejemplo.
Así se explica, aunque no sólo por eso, por supuesto, que Portugal tenga un 6,1% de paro y aquí estemos en el 14,2%. Para que la política económica de España se parezca a la de sus vecinos, más allá de su denominación, tendría que dar un giro de ciento ochenta grados y sólo entonces la favorecerían las encuestas hoy hostiles.
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