Mientras los políticos se dedican a pelearse entre ellos, crecen los problemas reales de la gente. Si antes de ayer eran los investigadores y demás profesionales relacionados con el mundo de la ciencia quienes reclamaban más medios y condiciones de trabajo dignas, ayer eran los enfermeros quienes a través de una encuesta alertaban acerca de la precariedad de un sector esencial en la cadena sanitaria. Están al límite. Sus problemas traducidos a encuesta nos dicen que el 88,5% de los enfermeros han padecido estrés, un 67,5 % ansiedad, un 58% temor, un 33% depresión, un 48% han resultado contagiados por el covid 19 -algunos de ellos dos o más veces- y, lo que es muy significativo, cerca de la mitad del colectivo, un 46 %, ha pensado en abandonar. Las conclusiones de la encuesta son desoladoras.
En parecida situación de agotamiento -y, ¡ojo¡ de precariedades derivadas de la falta de personal - se encuentran los médicos. Todas estas situaciones desembocan en quejas y protestas preñadas de fundamento. El agobio que expresan tiene que ver con la presión a la que la pandemia está sometiendo a un sector, el sanitario, que ya andaba falto de profesionales antes de la eclosión de los contagios. Les paga poco y encima muchos de ellos tienen contratos precarios, incluso de días sueltos. Abundan las noticias que confluyen en el mismo diagnóstico: la precariedad laboral como origen de la crisis por la que atraviesa el mundo de la sanidad en España. Un médico madrileño denunciaba que en seis años había tenido que firmar 25 contratos.
Los contratos temporales y la baja retribución están en el origen de la salida de España de muchos profesionales -médicos y enfermeros-hacia el Reino Unido, Francia, Suiza o Alemania, países en los que pagan mejor y gozan de mayor reconocimiento social. Las diferencias salariales son escandalosas. En Inglaterra un médico junior , recién concluida la carrera, cobra lo mismo que aquí un jefe de servicio con treinta años de experiencia. La situación va camino de resultar insostenible. A todo esto cabe añadir el creciente grado de insatisfacción que denuncian los usuarios de la Seguridad Social que acuden a los ambulatorios que, a veces, encuentran cerrados por falta de personal o demediados por bajas laborales de los médicos y enfermeros. La atención telefónica es un mito. Los pacientes de covid saturan los hospitales obligando a postergar la atención a enfermos de otras patologías y el personal se cabrea. Con razón porque todo son problemas. Mientras tanto, los políticos, los que deberían echar horas intentado corregir las precariedades del sistema sanitario, están a lo suyo. Peleándose por otras cosas.
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