Siempre estuvo mal visto lo de hablar solo hasta que todo el mundo se puso a hablar solo en todas partes. En efecto; se ha generalizado y normalizado lo que era propio y exclusivo de orates, y quienes no han sucumbido a esa práctica se llevan unos sustos de muerte al cruzarse en la calle con gente que va hablando sola y a grandes voces, y no digamos cuando sienten en la nuca el aliento de algún entregado a semejante soliloquio. El hecho de que, por lo visto, van hablando por teléfono, no aminora el susto y la desazón de la víctima, sino antes al contrario.
Hay gente, sobre todo en la política, y en la sesiones parlamentarias de control al Gobierno en particular, que sería mejor que hablara sola, preferiblemente en su casa, en la intimidad, lo que, según los psiquiatras, tiene efectos sedantes. Por desgracia, esa gente de verbo abrupto, faltón y destemplado no ama la locución en soledad. Ahora bien; fuera de ese ámbito, lo de ir hablando solo y en voz alta por la vía pública, en los bares, y en los ascensores, incluso en los tanatorios en los que se hallan por haber ido a despedirse de algún allegado o familiar, debería ser, si no prohibido, sí regulado de manera restrictiva. Además del miedo que dan a las personas normales con las que se cruzan, que ya no son normales porque no van hablando solas, son extremadamente tórpidas por no estar en lo que tienen que estar y, o bien provocan accidentes, o bien son ellos mismos víctimas de ellos.
Dejando a un lado la circunstancia de que muchos de los que van hablando solos por la calle no van hablando en realidad por teléfono, sino que lo fingen, pues es de dominio público que con los modernos celulares se hace cualquier cosa menos hablar por teléfono, lo sustancial del caso radica en que a nadie le interesa o debería interesarle lo más mínimo lo que puedan decir los que van hablando solos por la calle, de suerte que los transeúntes en sus cabales, los pocos que quedan, necesitarían gozar de alguna protección contra el ataque de esas voces intrusivas. Una verdadera democracia, como se sabe, se distingue por el exquisito respeto a las minorías.
Como casi todo el mundo va hablando solo por la calle, ya no choca, pero sí que choca. Se chocan ellos con las farolas y con sus semejantes, pues van engolfados en sus charlas con el hombre invisible o apretando con fruición las teclas del móvil, pero choca, sobre todo, con el concepto de urbanidad, de civilidad incluso. Se ve que los que van por la calle hablando solos no saben, o no les gusta, hablar a solas.
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