A los postmilenials, que son los españolitos a punto de nacer, les pueden helar la Razón cualquiera de las cuatro Españas. Don Antonio Machado, que es con mucho el poeta que siempre necesitó este país, sigue siendo imprescindible. Aunque sea manipulando sus versos para adaptarlos a la actualidad, con permiso del poeta que tuvo que morirse al otro lado de la frontera, porque en este lado las dos Españas de entonces querían arrancarse el alma. Reconozcamos que ya no es el corazón la víctima de las Españas, las cuales ya no son dos, sino cuatro. Dos a cada extremo de la mesa y dos a cada lado de la cama, insultándose para no tener que reconocer que las únicas virtudes de cada una son los defectos de las demás. Esas cuatro Españas que han aprendido del fútbol el bandismo de las tanganas entre forofos y de la telebasura el arte de las tertulias gallinero.
Por todo esto, las cuatro Españas congelarán la razón de los herederos de este lío descomunal que revienta cada día de lemas sin teoría y de estrategias imperdonables.
Cuatro Españas que no son cuatro formas distintas de ver la realidad, sino más bien, cuatro maneras de ocultarla detrás de una interminable catarata de twits. La mercadotecnia, que es la ciencia oculta de lo cotidiano, descubrió hace mucho tiempo que la estupidez y el mal gusto eran un magnífico negocio. Después, este axioma se trasladó a la política. Ahora no son filósofos ni pensadores quienes dotan de sustancia los planteamientos, sino que son expertos marketinianos, trileros y regateadores de las ideas y los juicios morales sobre el contrario para demostrar que, más allá de estar equivocado, presenta signos evidentes de irresponsable perversidad.
La Razón -escrita con mayúscula- ha sido a lo largo de la Historia como una especie de flotador que ha impedido a la Humanidad ahogarse en sus propias lágrimas. Pero la Razón puede quedar perlada de escarcha y acabar helada o, peor aún, congelada. Antonio Machado lo advirtió a tiempo cuando escribió aquellos versos impagables: “Españolito que vienes al mundo te guarde Dios. Una de las dos Españas ha de helarte el corazón”. Quizás ahora citaría las cuatro Españas en vez de las dos ya sabidas y la razón en lugar del corazón, un órgano que está ya muy devaluado como gestor de los sentimientos desde que triunfó la fábula de la inteligencia emocional.
Cada una de las cuatro Españas que componen la España que trata de abrirse paso en el siglo XXI parece tener la capacidad de helar la Razón. La individual y la colectiva. Cada una de ellas procura esforzarse en condenar la Razón al hielo eterno, a base de construir discursos irracionales sobre las otras tres, olvidando que sus destinatarios son ejemplares de la especie humana. Es decir, mamíferos superiores dotados de una rareza fisiológica y genética que les otorga la facultad de razonar y que aún se llama cerebro.
Estas cuatro Españas, que están condenadas a compartir espacio, tiempo y carencias, son tan diferentes en todo que parece mentira que coincidan de forma tan contundente en la obsesiva voluntad de desactivar la razón, convirtiéndola en un témpano de hielo. En eso, las cuatro Españas están de acuerdo. Lo malo de tal coincidencia es que esos españolitos que están por nacer se harten de esas proteínas vacías que son los discursos políticos de las cuatro Españas y opten por la vieja solución de buscar un general o un cura para que les diga lo que tienen que hacer y lo que no tienen que pensar.
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