Sinteticemos. Conviene esquematizar esta especie de suicidio a cámara lenta del PP que llena de estupor a la opinión pública: Ayuso acusa a Génova de espiar a su familia y acusarla sin pruebas de una mala práctica, mientras que Génova acusa a Ayuso de falta de ejemplaridad y, de paso, de querer desestabilizar al PP y poner palos en la rueda de las aspiraciones de Pablo asado a la Moncloa.
A partir de ahí, el drama con aires de comedia. O la comedia bufa con aires de drama. El pretexto es lo de menos. Una supuesta mordida en favor de un hermano de la presidenta de Madrid por cuenta de una compra de mascarillas de la Comunidad al principio de la pandemia.
En vez de solventar en distancia corta la sospecha de un posible caso de tráfico de influencias, las dos partes han preferido llevarla a la plaza pública con daños colaterales por ambas partes. Pero la pugna ha adquirido tal grado de virulencia que a partir de ahora caerá uno de los dos. Y ese, el derrotado, o la derrotada, será el traidor, o la traidora.
Rebobinemos. En el contexto de los tanteos del PP para garantizar la gobernabilidad de Castilla y León tras las elecciones del domingo pasado, el número dos de Pablo Casado, García Egea, recordaba a los de Abascal que el reto de las derechas no es gobernar o no gobernar juntas en una determinada región de España, sino acabar con el sanchismo por el bien de España, según la doctrina oficial del bloque conservador.
Acabar con el sanchismo, como programa máximo. Sin embargo, las apariencias dicen que a los jerarcas de Génova les ocupa y les preocupa más acabar con su compañera de partido, Díaz Ayuso, que con el poder de Pedro Sánchez. Con poco éxito, si nos atenemos a la reacción mayoritaria de la militancia “popular” y los ramos de flores que ayer abarrotaron el despacho de la presidenta madrileña en la Puerta del Sol.
En el PP han redescubierto que la posición del cuerpo para el abrazo es la misma que para la puñalada. Ese el principio fundacional de su insensata guerra civil. La primera víctima ha sido Ángel Carromero, coordinador general de la Alcaldía de Madrid. Como en las películas del oeste, el primero en caer es un personaje secundario con votos de obediencia ciega a algún primer actor de la trama.
Pero Carromero solo es un fusible de fácil reposición. Lo importante es saber para quién trabajaba cuando puso en marcha una operación detectivesca destinada a buscar los trapos sucios de Díaz Ayuso. Y todos los indicios apuntan al secretario general del PP, Teodoro García Egea, cuya misión en la vida parece ser la destrucción política de la presidenta de Madrid. O al menos, impedir que una un cargo orgánico (el liderazgo del partido en la región) al que ya ostenta a nivel institucional sobre una sólida mayoría absoluta en las urnas.
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