Durante años, me divertía preguntándole a Alberto Núñez Feijoo, presidente de la Xunta de Galicia, acerca de si finalmente iba a dar el paso ‘y cruzar el Miño’, naturalmente para hacerse cargo del PP nacional. Y él me respondía a lo que ya era una broma ‘haciéndose el gallego’; ambos reíamos y a otra cosa. Pienso que en algún momento estuvo a punto de dar el paso, y así creí entenderlo durante un acto en el que Feijóo accedió a presentar un libro mío en La Coruña. Sigo sin saber por qué, a última hora, con los ‘gaiteiros’ ya convocados, se quedó allá, en su feudo del Noroeste, sin querer ‘bajar a Madrid’ para evitar, hace cuatro años, la pugna entre Soraya Sáenz de Santamaría y Pablo Casado, que ganó el segundo. Ahora le vuelven a empujar, ante una crisis en el Partido Popular mucho mayor que la de entonces, que pudo resolverse con unas elecciones internas. Ahora no hay primarias que valgan, por mucho que en los sondeos arrase una ‘combatiente’ frente al otro: quien quiera hacerse con el partido y las siglas lo tiene ahí, al alcance de la mano. Sí, es un regalo envenenado, pero...
Que no me urdan cuentos chinos sobre una comisión del hermano de Isabel Díaz Ayuso a cuenta de unas mascarillas chinas para explicar el origen del conflicto fratricida entre la presidenta de la Comunidad madrileña y la dirección nacional del PP, representada por Casado y por el muy contestado secretario general del partido, Teodoro García Egea, cuya cabeza piden algunos como ‘solución’ al enorme contencioso. Pero claro que no lo es: puedo asegurar que, horas antes del estallido periodístico que hablaba de espionaje desde el PP al entorno de Díaz Ayuso etcétera, García Egea no tenía la menor idea de lo que venía. Seguro que la filtración periodística no fue suya, ni de La Moncloa ni, probablemente, de Génova. Lo del ‘hermanísimo’, una comisión de cincuenta mil euros cobrada por el pariente de la presidenta madrileña, no es más que el reflejo que distorsiona el tema real, una disyuntiva que va a ser clave incluso para la gobernación de la nación: si el PP acabará en una coalición nacional con su derecha, es decir, con Vox, o no. Y no es un tema baladí.
El entorno de Díaz Ayuso es proclive a ese entendimiento con la formación ‘populista’ --vamos a llamarlo así-- de Santiago Abascal. La dirección de Génova es contraria: los excesos verbales y algunos planteamientos anti autonomistas, antieuropeístas, de Vox son incompatibles con las tesis de moderación un poco demasiado pasiva y de apego al sistema de las gentes de Casado. Y eso incluye a los ‘barones’: estuve el viernes en Salamanca con el presidente de Castilla y León en funciones, Alfonso Fernández Mañueco, y la impresión que saqué fue la de que allí el desconcierto es patente. ¿Pactar un Gobierno autonómico con quien no quiere las autonomías? Me parece que Juan Manuel Moreno en Sevilla y el propio Núñez Feijoo en Santiago, o Puras en Murcia, comparten la perplejidad y, claro, la preocupación. ¿No hay, de veras, solución para el PP sin Vox?
En ellos, en los barones, que tienen tras de si votos y una gestión en general coherente, está la solución, pase por un congreso extraordinario o por un ‘golpe de Estado’, tampoco descartable y que, acaso, puede no ser lo peor que le ocurra a la formación creada, como Alianza Popular, por Fraga y refundada por un Aznar que se mantiene ajeno al conflicto. Como lo están, hasta ahora, Mariano Rajoy y tantos notables ‘populares’ del pasado: muchos buscan un puerto de abrigo, tratando de bucear cuál de los dos contendientes, Isabel o Pablo, acabará muerto y cuál victorioso. Aunque lo más lógico, tras tantos desaciertos, sería que murieran los dos, para dar paso a una ‘tercera vía’ que incluyera a Ciudadanos o a quien quiera que pueda representar el centrismo en este país nuestro. O sea, un Feijóo, como en los viejos tiempos, apoyado por los ‘barones territoriales’. Yo creo que el líder gallego esta vez no va a poder zafarse, si es eso lo que hizo, y no por primera vez, allá por 2018.
Significativo que esta ‘guerra del contrato del hermano’, que hasta se libra en emisoras tan influyentes como la de Carlos Herrera, acapare todas las portadas, ocupando mucho más espacio que cuestiones internacionales tan importantes como el constante aviso de Biden acerca de una ‘inminente’ invasión rusa de Ucrania que no acaba de producirse: una especie de ‘guerra de Gila’. Pero no cabe ahora hacer malos chistes acerca de si en el PP ‘hay armas nucleares y en Ucrania no’. Menos coñas: creo que, a este paso, el principal partido de oposición, un partido que ha ejercido el gobierno de España durante casi dieciséis años, el único capaz de soñarse como alternativa al poder de Pedro Sánchez, corre el riesgo de caer en la irrelevancia, que es el paisaje tras las batallas fratricidas. Ni puedo imaginar cuánta intención de voto habrá perdido estos días el PP. Pero sí imagino en favor de quién la ha perdido. Y en esas escaramuzas quien emerge como vencedor es un caudillo que arrasa con todo, y ya saben a quién me refiero. Creo que la democracia española, desde La Moncloa hasta Génova, pasando por las presidencias de unas cuantas autonomías, incluyendo, claro, la Puerta del Sol, no pueden permitir que eso ocurra.
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