Llámenme raro, o elitista, pero estoy convencido de que para divulgar hay que conocer de lo que se trata. También creo que a una concejalía de Cultura hay que exigirle un programa con un mínimo de calidad. Además pienso que las instituciones públicas no deben acoger ideologías antidemocráticas. Todo esto no quiere decir que quiera prohibir un partido, la libre expresión de ideas o la libertad de imprenta.
La libertad de expresión y la divulgación no pueden servir de excusa para hacer libros de historia sin rigor. Una cosa es reducir el aparato crítico otra, muy distinta, no referenciar las fuentes. Una cosa es ofrecer una narración cuidada otra no hacer crítica de fuentes –valorar igual el testimonio del hijo de un protagonista que el trabajo de un especialista–. También conviene saber citar, a eso nos enseñan en la carrera, saber presentar la bibliografía o leer a los autores de referencia –y no sólo historia local. No exijo el grado de Historia para ser historiador, sí ajustarse al método historiográfico. Si uno no sabe “ni qué significa eso”: ¿cómo valoramos el libro? ¿Historia, autoayuda, literatura fantástica?
Si además se sostiene que se es un héroe por echar dos kilos de pimienta en un mitin, se sugiere que el Frente Popular ganó, “presuntamente”, las elecciones o se estima valeroso querer participar en un golpe de Estado, hay un problema. Falange no fue víctima de la democracia, su violencia favoreció su destrucción. Fue el desmoronamiento del Estado causado por la sublevación el que hizo posible el terror de los comités. Son hechos asentados en la historiografía democrática, realidades que la distinguen de la propaganda.
No sé si lo saben pero Almería tiene la suerte de contar con una magnífica pléyade de expertos en Falange: Antonio Cazorla, catedrático en Trent, Rafael Quirosa, catedrático en la UAL, Sofía Rodríguez, profesora en la Complutense, Gloria Román, investigadora en la UGR o, si me lo permiten, yo mismo. Cualquiera de ellos ha escrito sobre Almería de manera rigurosa. Si el Ayuntamiento quisiera ofrecer una charla, con rigor y talante democrático, sobre el fascismo en Almería lo tendría sencillísimo. Sospecho que cuando don Diego Cruz da la palabra al jefe nacional de Falange la intención es otra.
Invité a que, aquel que lo prefiriera, insultara. Desde el entorno mediático del Ayuntamiento me tomaron la palabra: sectario, totalitario, comunista, anarco-comunista, fascista, farsante, mamarracho, gentuza, asqueroso, gilipollas… Me han puesto de ejemplo del dominio comunista en la Universidad, han sugerido que estoy en ella por corrupción política, han dicho que me echaron de un grupo de investigación por comunista, que quemaría libros en la plaza del pueblo, que “pasearía” gente en La Garrofa...
Mi intención al publicar el artículo no era proscribir el derecho de nadie a escribir, tampoco prohibir que se estudie el fascismo –a ello he dedicado mi carrera. Simplemente preguntaba por la idoneidad de un acto y alertaba del profundo deterioro de la cultura historiográfica y la opinión pública en nuestra provincia. Estoy convencido de que las reacciones que éste ha suscitado refuerzan su pertinencia. Si éstas no favorecen la polarización y la intolerancia no sé qué lo hace. Entiendo que los políticos y los patrocinadores que sostienen y promocionan estas injurias son responsables de propagar un odio intolerable. Quosque tandem abutere?
No añadiré ni una palabra más a esta polémica. La solución pasa por enseñar una historia democrática, plural y de calidad. Espero saber hacerlo.
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