La vida es bella... pese a todo

Por ellos, por una infancia sin heridas de guerra, sus madres dan una lección de fortaleza

El periodista Francisco G. Luque, con las familias protagonistas del artículo.
El periodista Francisco G. Luque, con las familias protagonistas del artículo.
Francisco G. Luque
22:32 • 08 mar. 2022 / actualizado a las 23:23 • 08 mar. 2022

Decía Jacinto Benavente que en cada niño nace la humanidad. Y qué gran verdad. Pese a sus edades, 4, 8 y 10 años, David, Zakhar y Valeria son conscientes de que algo no va bien. Están a miles de kilómetros de su país, al que no se sabe por el momento cuando podrán regresar, donde se han quedado sus padres, por los que preguntan a sus respectivas madres cada día que pasa, extrañados de una ausencia que se presume larga. 



De la noche a la mañana se han convertido en refugiados, han vivido una inesperada y caótica salida desde Ucrania a Rumanía, han notado en primera persona, y notan pese a estar ya lejos, las consecuencias de la invasión iniciada por Rusia en su país. Pero ni todo eso sepulta la alegría, la inocencia y la sonrisa que florece en cada pequeño por naturaleza.



No tardaron ni un minuto en perder la vergüenza que provoca estar ante unos desconocidos, frente a unos periodistas a los que ni entendían, pero a los que regalaron su espontaneidad. Empezaron a corretear, su mirada se iluminó al ver unos columpios de fibra y madera erosionados por el paso de los años y el clima de un corazón del Poniente que se ha convertido en su nueva casa hasta que se acabe el conflicto. 



Por ellos, por una infancia sin heridas de guerra, sus madres dan una lección de fortaleza cada minuto, manteniendo una templanza que pocas personas mostrarían en una situación como la que están viviendo las familias ucranianas desde hace unas semanas. No hay nada más fuerte que lo que alguien puede hacer por el bien de sus hijos, aunque por dentro hierva la sangre o fluya el llanto por lo que está ocurriendo.   



Gracias a ellas, David, Zakhar y Valeria siguen con los pies colgados de una nube, viviendo en ese mundo de niños en el que la pólvora y la destrucción jamás deberían tener espacio. Ese universo llamado infancia que Roberto Benigni, cuando fue Guido Orefice, defendió hasta su último aliento para su hijo Giosué. Porque siempre que hay un niño, la vida es bella, pese a todo...






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