Justo cuando se cumplen dos años del decreto de alarma por el Covid y veinte días después del comienzo de la guerra en Ucrania, un fantasma recorre Europa: la incertidumbre. La pandemia que azotó el viejo continente venía de China y siguió después hacia América. La guerra viene también del Este y en tres semanas escasas ha cambiado el decorado emocional y económico de los europeos. La ola expansiva de los efectos de ese conflicto va camino de América.
Con una solidaridad conmovedora hacia los dos millones y medio de refugiados que ya ha producido la invasión rusa, se ha dado una primera respuesta de unidad admirable desde la sociedad civil en un derroche de iniciativas populares para prestar ayuda; y con una fortaleza institucional de la Unión que Vladimir Putin no podía imaginar. Siendo sinceros, los europeos tampoco.
Pero si 20 días han bastado para mostrar otra Europa -con miedo creciente al futuro e inquietud por el abastecimiento- otros veinte días, por no pensar en veinte semanas de guerra, nos pueden llevar a un panorama muy alarmante. En primer lugar, por la carnicería que se está gestando en Ucrania y que nos anuncian algunas estampas dramáticas. Putin tiene unas cuantas legiones de chechenos y de sirios prestos a intervenir sobre las ruinas que dejen sus tanques y misiles en las castigadas ciudades. O se para pronto esta guerra, o viviremos fechorías como las perpetradas en los Balcanes y en Chechenia mientras Europa y el resto del mundo miraban para otro lado.
El panorama económico ha sufrido ya un castigo severo; y solo acaba de comenzar. El combustible es un artículo de lujo; el aceite de girasol, un bien escaso; la estabilidad de los precios en los supermercados, reventada. Paran algunas acererías por el precio de la electricidad; no sale la flota a pescar y las fábricas de automóviles reducen producción por falta de suministros. Los camioneros se resisten a salir a la carretera con lo que la cadena de suministro alimentario puede sufrir cortes.
La Unión Europea, que ha tomado rápidamente duras medidas contra Rusia, desconcertando a Putin, aceptará desligar los precios de la electricidad de la cotización del gas, a propuesta del presidente del Gobierno español Pedro Sánchez, tras advertir que, o lo hace Europa, o lo hará España. Hay que intervenir con decisión sobre problemas estructurales y sobre errores consolidados para atajar la espiral de la inflación y la degradación de las condiciones económicas estables que Europa disfrutaba.
Sobre ese panorama político europeo de unidad, en el que los antiguos amigos de Putin se han escondido ante su brutalidad, la constitución en Castilla y León el pasado viernes de un gobierno del Partido Popular con la extrema derecha de Vox, ha entristecido a todos, incluidos los democristianos europeos. Europa ya ha cambiado, pero España también. El presidente del PPE, el polaco Donald Tusk califica ese hecho de “capitulación” del PP español. Incluso el futuro presidente popular, Alberto Nuñez Feijóo, se ha desmarcado del acuerdo con una frase inesperada: “Vale más perder un gobierno que pactar con el populismo”. Antes, Vox apoyaba desde fuera a gobiernos del PP, como en la Comunidad de Madrid o el ayuntamiento de la capital. Pero ahora tiene un tercio del poder político efectivo en Castilla y León. Su presidente, Mañueco, asegura que tenía permiso de Pablo Casado, pero no cuela. Liquidar Ciudadanos favoreciendo la entrada de Vox ha sido una operación ruinosa. Albert Rivera, y otros, deberían ser procesados por malversación de activos políticos.
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