Los piojos revividos descubren el Magreb

Los italianos se posicionan como socios privilegiados en el suministro de gas argelino

Manuel Sánchez Villanueva
08:59 • 30 mar. 2022

Muchos atardeceres, cuando por prescripción facultativa doy mi paseo diario por La Vega de Acá, me viene a la cabeza la idea de que resulta un poco paradójico el hecho de que, tras vivir en media España e incluso en Europa, la casualidad o el destino se han conjurado para que vuelva a recorrer los mismos caminos que pateaba de niño.



Porque, aunque ahora estén urbanizados y franqueados de residenciales, viviendas unifamiliares e incluso parques, las calles por las que camino corresponden a los mismos polvorientos senderos rodeados de huertas, cortijos y frondosos cañaverales por los que, de niño e incluso de adolescente, me perdía a la primera ocasión que tenía. A veces, si no encontraba con quien compartir juegos, terminaba buscando a mi abuelo, quien trabajaba como peón en algunos de los cortijos de la Vega. Una vez lo había localizado, procuraba dar una vuelta por las cercanías hasta que él terminaba sus tareas. A pesar de mis pocos años, lo que realmente me fascinaba era estar cerca cuando, finalizada la jornada, se reunían los peones y en ocasiones algún cortijero, para echar un pitillo y hablar de sus cosas. 



Mientras ellos charlaban, yo permanecía callado, pero muy atento. Escuchándolos aprendí muchas cosas sobre historia reciente de nuestra tierra, etnología sobre la particular cultura de gestión del agua que florecía alrededor del Rio Andarax y en general sobre la vida. De estos recuerdos infantiles nacen mi convencimiento intuitivo y seguramente equivocado de que nuestros antepasados mostraban un sustrato ideológico más propio de lo que nos han enseñado sobre el campesinado latino que del bereber o árabe



Una de las cosas que más me llamaba la atención de los peones de la Vega era su utilización de un habla particular, cuajada de expresiones que no terminaba de contextualizar. Una de ellas era la de que había que tener cuidado con los “piojos revividos”. Desde que la escuché por primera vez, siempre me esforcé por ponerla en contexto, pero nunca lo conseguí. Hasta que el pasado viernes, los comentarios apresurados a una nota oficial de la Casa Real alauita me ayudaron a ser consciente del verdadero significado de tan peculiar expresión.



Desde el mismo momento en el que comencé a leer y escuchar explicaciones de portavoces públicos y mediáticos que balbuceaban intentando hacer pasar por Realpolitik, o política pragmática, el cambio que, con literal nocturnidad  y cierto grado de alevosía, ha experimentado la política española de los últimos 40 años hacia el estatus del Sahara Occidental y por extensión del Magreb, la cual ingenuamente creíamos de Estado, la imagen que  me vino inmediatamente a la cabeza era la de los ejemplos que daba mi abuelo de personajes que calificaba de piojos revividos. Y gracias a ello he aprendido que con esa definición los campesinos andaluces denostaban a aquellos que habían sufrido una situación adversa y que, tras salir de ella, mostraban una actitud altanera.



Porque no se trata solo de que, sin pedagogía, explicaciones o debate, se haya decidido cambiar de la noche a la mañana uno de los pocos elementos de consenso que aunaba a gran parte de la sociedad española, como era el de apoyar la resolución del conflicto saharaui en el marco de las resoluciones de la ONU. Eso ya de por sí es suficientemente grave. Pero si a ello unimos que, en medio de un clamor social que reivindica políticas que nos ayuden a todos a superar la terrible crisis energética que estamos padeciendo, unos señores determinados deciden que van a jugar a la ruleta rusa con un porcentaje importante del suministro energético de nuestro país. No es solo el que, es sobre todo el cómo y el cuándo. Ni siquiera sabemos si hubo unas mínimas llamadas previas que amortiguaran algo el choque. Juzgue el lector si no es sorprendente que alguien que sufrió en sus propias carnes una situación adversa, no muestre un mínimo de empatía por aquellas empresas, instituciones y españolitos de a pie que sufren día a día el efecto económico y social de la crisis energética que estamos padeciendo.



Todavía es pronto para saber qué consecuencias tendrá esta partida de cartas con nuestro futuro. Lo que sí podemos afirmar ya es que los italianos han estado al quite y tirando de “finezza” han aprovechado la ocasión para posicionarse como socios privilegiados en el suministro de gas argelino. Nuestros vecinos galos sí que están haciendo un verdadero ejercicio de Realpolitik y se declaran listos para actuar como mediadores en el Magreb.



Hace unos años mantuve un amistoso debate con el economista jefe para el Mediterráneo y Norte de África de una aseguradora francesa. No sé si tendré ocasión de volver a verle, pero si fuera el caso, ahora tendría que aceptar parte de sus argumentos. El problema es que no consigo enterarme de que como se dice “piojo revivido” en francés. Mucho me temo que no tiene traducción.



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