Vivimos tiempos en los que hay que recordar hasta lo que es evidente: la Historia no se puede cambiar por decreto. Se puede falsear o tergiversar pero no se puede cancelar. Ni sesgar hurtando el conocimiento del legado de los siglos. Sólo desde la estupidez se puede pretender que España empezó a ser España en 1812. Esa es la pretensión del último currículo escolar del Bachillerato perpetrado por el Ministerio de Educación. España no nació con las Cortes de Cádiz.
Al sesgar la enseñanza cronológica de la Historia mutilando el conocimiento de lo acontecido a lo largo de los siglos anteriores el resultado será una promoción de futuros ignorantes. Inhabilitados para comprender el simbolismo de las pinturas de Altamira, la huella de Roma en la Península Ibérica, la impronta del cristianismo, el esplendor del califato de Córdoba, la Reconquista, la unión de los reinos de Castilla y Aragón, el misterio de las catedrales góticas , por qué en una veintena de países de América se habla español, el Siglo de Oro o qué hizo el soldado Miguel de Cervantes en la batalla de Lepanto.
España no es un país sin Historia, ni solo tiene dos siglos de historia en común. La justificación dada para prescindir del relato cronológico de los hechos históricos -falta de tiempo para contarlo todo- es infantil. El relato cronológico es el único que permite contextualizar el pasado, interpretar el presente y avizorar el futuro, porque el pasado es prólogo.
El intento de cancelar una parte sustancial de la Historia de España es un atentado contra el sentido común que no encuentra explicación más allá del principio de Honlon que dice que no hay que buscar en la maldad lo que se explica por simple estupidez. Y, en eso estamos. En un intento burdo de ingeniería cultural fruto de una concepción ideologizada y sectaria de la Historia. Mal vamos.
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