Javier, te has marchado en esta primavera de golpizas invernales dejándonos tan huérfanos de amistad que vamos a ver cómo lo encajamos. Cuánto nos hemos reído contigo y con tu mujer, Salvadora, desde que nos conocimos en el Minibar de tu Almería adoptiva. Qué gran amor el vuestro, tardío pero pleno, intenso, eterno, y qué alegría de vivir en cada instante, algunos de ellos compartidos con nosotros.
Yo no sé si hay otra vida y tú tampoco lo tenías muy claro, acuérdate que en Sevilla lo comentamos, cuando me dijiste que en una operación le viste los ojos a la muerte. Lo decías con esa naturalidad tuya, con la sonrisa que le ponías a las cosas. Te hemos querido y admirado tanto, Javier, que te recordaremos no como un deportista de leyenda, como han titulado los periódicos, sino como una persona de leyenda. Solo hay que ver la despedida que te ha ido tributando tanta gente durante estos días.
Recuerdo cuando me fui a México a abrir una línea de negocio de mi empresa y me enviaste un mensaje elogioso y lleno de afecto. Comprendí con tu ejemplo que la generosidad engrandece a los demás y a uno mismo. Tienes que ser diferente y pensar que tu mercado es el mundo entero, me volvías a decir hace pocos meses. Y qué poca importancia te dabas, incluso en esta última etapa como político. Y te morías de risa cuando yo te llamaba Consejero. Querías servir a la gente, lo demás eran milongas.
Has sido un prototipo, la persona más carismática que he conocido; un líder que sostenía que el talento sin esfuerzo sólo sirve para divertirse. El liderazgo es un equilibrio entre la cesión y la firmeza, afirmaste en el seminario de la Fundación Eduarda Justo de Cosentino.
Nos has hecho la puñeta yéndote tan pronto, y todavía más a mi queridísima Salvadora y a tus hijos, que están triunfando como tú, pero en la música (Javypablo, unos cracks). Nos quedaban muchos ratos de felicidad, como decías tras las fiestas en vuestra casa, como en la pasada Navidad, con aquel grupo flamenco cantando villancicos y todos nosotros calentándonos en torno al fuego. Y esos abrazos tuyos, Javier, ¡ponías el alma en los abrazos!
Ya termino. Que sepas, desde donde quiera que estés, que nunca te vamos a olvidar, porque has sido un maestro, un amigo y, sobre todo, un hombre bueno que siempre, siempre hizo mejores a los demás. Eres leyenda Javier Imbroda.
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