Cuando alguien alude a la estructura económica de la provincia no hay nadie que ignore la capacidad exportadora de nuestra industria agroalimentaria o del sector de la piedra. El PIB de Almería ha llegado a ser uno de los que más ha crecido -no solo en Andalucía, sino entre el resto de las provincias españolas-, por esa vocación exportadora. Nuestros productos agrícolas llegan a millones de despensas de Europa y nuestras encimeras están en las cocinas de los cinco continentes. Pero hay una exportación de la que nunca hablamos porque no está cuantificada en balances y no entiende de geografías aritméticas y, sin embargo, genera un beneficio para quien lo recibe más necesario y urgente: la Paz. Sí, sí, no se extrañen. Almería, además de productos agrícolas y encimeras, también exporta paz a zonas que carecen del bien más preciado del ser humano. No es un recurso literario de ocasión ni un bucle de cursilería sentimental y quien caiga en el error de situar esta realidad entre esas dos vías que se dé una vuelta por un telediario, contemple lo que está pasando en Ucrania y otras zonas del mundo o continúe leyendo esta Carta y verá qué pronto abandona su error.
Desde que en 1992 la Legión inauguró su presencia en zonas de conflicto con el envío de tropas a Bosnia, en el avispero de los Balcanes, sus mandos y soldados han participado en 31 misiones en el marco de operaciones de la OTAN, la ONU y la Unión Europea. Mali, Congo, Irak, Afganistán, Líbano y Kosovo han sido las geografías de conflicto en las que han estado presentes miles de legionarios llegados desde la base de Viator. Son mucho más que simples contingentes desplegados en zonas de conflicto. Para Javier Pajarón, redactor especializado en información de las Fuerzas Armadas, este cambio de estrategia operativa supuso para la Legión, no solo romper con la imagen de un cuerpo que estuvo cercano a su desaparición, sino un salto en su modernización, demostrando ser una herramienta extraordinariamente útil, preparada y vanguardista al servicio del país y de sus acuerdos y compromisos internacionales. Dicho de otro modo, las misiones internacionales le dieron a la Legión una nueva vida, una oportunidad de demostrar su valía y los legionarios cumplieron con creces.
El periodista de La Voz ha visitado algunas de estas misiones en zonas de conflicto y no ha olvidado aquel marzo de 2016 en que, acompañando a un equipo encabezado por el teniente coronel Antonio Ferrera, visitó El Khiam, un territorio asolado en 2006 por la artillería israelí y en el que, diez años después, todavía sobrevivían sus habitantes con las cicatrices de una guerra que ha convirtió aquel territorio en una tierra quemada imposible para la paz. “Unas semanas antes de llegar nosotros, el ejército israelí- recuerda Javier Pajarón- había lanzado decenas de bombas fumígenas de fósforo blanco al sur del Líbano como respuesta al hostigamiento de Hezbolá en la línea de separación con Israel. Me sorprendió ver el dominio de los legionarios del terreno, de los interlocutores, de los riesgos y de su capacidad para intervenir ante cualquier contingencia. Después de una década cubriendo cientos de ejercicios y eventos militares creo que fue en aquellas calles libanesas cuando percibí la auténtica dimensión de la preparación de los legionarios”. Aquella misión en el Líbano fue una más de las 31 llevadas a cabo en los últimos 30 años y, en todas ellas, hubo y hay un objetivo común: la restauración de la paz y la seguridad.
El espectacular crecimiento de Almería iniciado en el último tercio del siglo pasado tiene sus pilares en aspectos tan distantes como la no resignación a lo que se consideraba una condena milenaria a la pobreza, la puesta en movimiento de la inteligencia inquieta de tipos irrepetibles como Juan del Águila, el delirio de querer cultivar la arena del desierto cuando ya nada se espera de una tierra asolada de sol y rastrojeras y el trabajo de aquellos visionarios que supieron ver que entre el cielo y la tierra podía extenderse un mar de plástico que convirtiera a quienes habían sido enemigos en aliados.
Junto a estas y otras razones de no menor cuantía hay una en la que pocas veces nos detenemos, quizá porque el abrumador bosque de los números impide ver el árbol de la razón que los posibilita: Almería comenzó a cambiar de verdad cuando los almerienses se dieron cuenta que su aldea no era el mundo, sino el mundo su aldea. Un concepto compartido también por la política de Defensa desarrollada desde la entrada de España en la OTAN y puesta en práctica por los miles de legionarios adiestrados en la Base de Viator.
Ahora que la colaboración de España en la maldita guerra del maldito Putin-como todas las guerras, ocurran donde ocurran- ha sido puesta en duda por la candidez del buenismo militante que cree que poner la otra mejilla después de cada bofetada acabará cansando a quien la da, conviene recordar que la paz se construye con decisiones, instrumentos y estrategias útiles. Tres condiciones que han rodeado y rodean la labor que centenares de mandos y miles de soldados que han tenido en la provincia almeriense su mejor escuela y su mejor misión: llevar la paz allí donde el horror y la crueldad la destruye.
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