Ser cristiano: la contrarrevolución cultural

Subyace la osadía de pensar que la santidad, el hecho cristiano, es propiedad de convencidos

“Esto, que es contracultural, son las verdades de un tal Cristo: Dios, para muchos”
“Esto, que es contracultural, son las verdades de un tal Cristo: Dios, para muchos” La Voz
Juan Antonio Cortés
18:55 • 18 abr. 2022 / actualizado a las 20:59 • 18 abr. 2022

Se oían los gritos a lo lejos. En el Pozo de la Lagarta, en Tabernas, fueron asesinados en la guerra incivil decenas de sacerdotes por grupos de izquierdas. Por odio a la fe. Diez años después de aquella barbarie, arriba, el 18 de mayo de 1947, son acribillados en Sierro -por el establishment- Indalecio Fuentes Agüero y Rafael Jiménez Ortega, dos aldeanos atrincherados en la sierra. Por odio político. 



Aquellos curas de pueblo, sacados de la sacristía para rociarlos con cal viva, murieron también en una galería profunda -como los cristianos de las catacumbas-, solo que nadie pintó a su vera un pez, ni un alfa y omega, ni una barca, ni un cristograma: cayeron, en silencio, agarrados a una Cruz. 



Aquel Indalecio que, al cabo de los años 20, emigró a Francia desde Uleila para buscarse la vida; que enloqueció por una chiquilla pudiente de Cúllar-Baza; que volvió al terruño con la II República y se afilió a las juventudes socialistas unificadas; que, denunciado por un familiar, huyó a Uleila; que, con requisitoria en mano, debió pisar el cuartel a diario; que, harto, una madrugada de febrero se echó al monte; que, en el monte, a veces sorprendía a su hijo -aquel niño pastor- a escondidas; aquel Indalecio de poca misa, al pasar por Monteagud, alguna vez miró al Santuario en ese íntimo anhelo de trascendencia que acompaña al ser humano desde su origen. Murió y, sin saberlo, también cargó la Cruz.



Llegados a este punto, subyace la osadía de pensar que la santidad, el hecho cristiano, es propiedad de unos pocos convencidos. Frente a quienes condenan por apriorismos ideológicos y rigorismos morales, cabe regresar a Galilea. Entonces, aparece Jesús en un llano. Y dice: “No juzguéis y no seréis juzgados” (en nombre de qué Dios o de qué César parlamentario juzga el hombre al hombre, sea cura, sea anarquista, sea emboscado); “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados” (en esta sociedad que aparca al mayor, liquida mujeres y humilla la diferencia, Cristo siempre está con los parias, sean de izquierdas o de derechas, Magdalenas, inmigrantes o stockbroker: códigos incompatibles con el machismo, el capitalismo salvaje y el comunismo opresor); “Quien no haya pecado, que tire la primera piedra” (preguntémonos cuántos de nosotros somos meretrices sin saberlo o sin quererlo saber: sepulcros blanqueados)“; “¿Por qué te fijas en la paja que está en el ojo de tu hermano y no adviertes la viga que está en el tuyo?” (nada consuela más que pensar que el otro es aún peor que tú: en política es reconfortante y a los fariseos les pasaba igual); “El que quiera llegar a ser grande entre ustedes, será su servidor” (hay más poder en un voluntario de Cáritas o Cruz Roja que en un sillón de aduladores); “Muchos que son primeros, serán últimos (...)” (desafío desconcertante para quienes necesitan un siervo para sentirse príncipes: oh, globalización de la indiferencia); y “Amad a vuestros enemigos” (la piedra angular, la gran contradicción de quienes solo aman a los suyos: qué lejos está eso de la trinchera política que escupe al migrante, del nacionalismo excluyente que fustiga, del clasismo de Doña Perfecta, del anticlericalismo cateto y trasnochado, del “Si te pegan, tú sacude”). 



Esto, que es contracultural, son las verdades de un tal Cristo: Dios, para muchos. Certezas de fe, claro, que chocan con el agnosticismo imperante, el cientifismo militante, el ateísmo que odia aquello que dice no creer y el dogmatismo de algún sector cristiano que, tal vez, hoy estaría muy cerca del Caifás de turno. 



Esto, que es contrarrevolucionario, es un cristianismo que cae allí donde el Dios material sacia cualquier necesidad de espíritu, que crece allí donde hay persecución y mártires (Polonia, Ucrania, Rumanía, la vieja Europa de acero, lo sabe muy bien), que peca de absolutismo cuando la política lo cerca y lo engulle, que rocía luz y sal cuando los flashes se van de las periferias y ya no hay titulares o ayudas públicas.



Esto, que es contracorriente, monoteísmo medieval para algunos, mito para no pocos científicos, ha llevado a Francis Collins, líder del Proyecto Genoma Humano, a hablar del ‘Lenguaje de Dios’; y ha arrastrado al icónico filósofo líder del ateísmo anglosajón del siglo XX, Antony Flew, a responder sí tras una vida de negación (“Cómo llegaron a existir la vida, la conciencia, el pensamiento y el yo”).



Por eso, y ante el Domigo de Resurrección, frente al silencio de la cultura dominante, sin más pretensión que evitar ser un escriba contemporáneo hipócrita avergonzado de su fe, firmo ser un periodista cristiano. O mejor: un cristiano periodista. Desde la humildad, con respeto y en la búsqueda de la coherencia. Ávido de escucha, dispuesto a construir, deseoso de sepultar la ira y la rebeldía que un día presidió el (mi) pasado, con ganas de esquivar a los extremos aunque firme en las convicciones, con la oreja puesta en los orillados, sin ánimo de ser juez: la Verdad os hará libres. Con el sueño de tocar el agapé de quien cree que Deus Caritas Est.  El bisnieto de Indalecio y nieto de las dos Españas. 


Temas relacionados

para ti

en destaque