Sí, estoy entre quienes han suspirado con alivio por el resultado de las elecciones en Francia. Pero el alivio no es alegría, primero por la abstención, casi un tercio de los votantes no acudieron a las urnas, y en segundo lugar porque Marine Le Pen ha obtenido un buen resultado por más que Emmanuel Macron haya ganado las elecciones.
De manera que la pregunta que hay que hacerse es qué está pasando en Francia y en otros países europeos, en el nuestro también, para que las opciones más a la derecha de los tradicionales partidos conservadores, es decir, la extrema derecha y los partidos populistas, estén recibiendo tantos votos de los ciudadanos.
Es evidente que los partidos tradicionales están perdiendo la confianza de sus votantes, y los partidos deberían preguntarse qué están haciendo mal aunque me temo que esa pregunta no se la van a hacer.
Les diré que no me extraña la debacle del socialismo en Francia puesto que hace tiempo que los partidos socialistas han ido dejando de lado a sus votantes para dedicarse a otros asuntos que nada tienen que ver con las preocupaciones y realidad de los ciudadanos. Es decir se han olvidado de que el paro, las desigualdades económicas, la falta de oportunidades, los recortes en el Estado del bienestar, etc, forman parte de la realidad cotidiana de una inmensa mayoría de los ciudadanos.
Los partidos socialistas llevan años poniendo la mirada y el acento en otros asuntos que no son los que ocupan y preocupan al grueso de la sociedad, no es que no deban ocuparse de esos otros asuntos, sino no constituirlos en su prioridad.
En cuanto a la derecha tradicional también ha ido dando bandazos, están descolocados, sin discurso, improvisando.
Es como si las dos grandes opciones políticas que han hecho posible la Europa en que vivimos, la socialdemocracia y la democracia-cristiana en sus dos versiones, la conservadora y la liberal, a fuerza de querer modernizarse hayan perdido el tren de la realidad.
Lo preocupante es que hay millones de ciudadanos europeos que con su voto a los partidos populistas y de extrema derecha, están diciendo alto y claro que ya no confían en los partidos tradicionales para que les arreglen los problemas.
Eso es lo que ha sucedido en Francia donde la de Macron ha sido una victoria descafeinada y en la que muchos le han votado no porque crean en él ni en su proyecto sino por poner un freno a Marine Le Pen. Sí, Macron ha ganado por descarte, pero en su victoria no ha ilusión ni esperanza.
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