Entró como Johnny Fontane en la boda de la hija de Vito Corleone en el rancho de Nevada: al final de la cena bajo una carpa a las afueras de Madrid. Celebrábamos el 80º cumpleaños de la dueña de la revista ¡Hola!, doña Mercedes Junco, cuando, de pronto, apareció él, Julio Iglesias, con su blanquísima sonrisa y piel bronceada, para felicitarla. Algunos periodistas y trabajadores de la revista nos acercamos para saludarlo -iba yo a desaprovechar la oportunidad-, y a mí, que era el más joven de la empresa, me dijo algo así: “¡Hombre, los juniors de ¡Hola!”. Se marchó al rato dejando en el ambiente la estela del gran momento de la noche, pues habíamos conocido al cantante español de mayor éxito de todos los tiempos y al gran latin lover al que tantos hombres envidiamos entonces y ahora. Y lo sabéis.
Durante estos días, Julio Iglesias vuelve a la palestra tras la publicación del libro, ‘Hey’, de Hans Laguna, quien rescata su figura, no ya como el mito viviente de la música sino como el artista que ha luchado sin descanso para labrarse una carrera fascinante. Junto a Elton John y Madonna es el cantante vivo que más discos ha vendido en todo el planeta y pese a que puede ofrecer una imagen frívola detrás se encuentra un tipo profundamente trabajador y exigente que ha cuidado todos los detalles de su profesión. Tuvo la claridad y la visión de ir a la conquista de América y del resto del mundo. Y me atrevería a decir que enseñó el camino, además de a otros artistas, a empresarios españoles que años después decidieron saltar el charco.
En otra fiesta, muchos años después, conocí a nuestro seleccionador nacional de baloncesto, Sergio Scariolo. Un hombre muy amable y cercano. Ese año se iba a la NBA como segundo entrenador de Toronto Raptors. Le pregunté por qué se iba. Me llamaba la atención, pues ya gozaba de éxito con la selección. Quería saber su motivación. Scariolo me dijo: “cuando uno tiene talento en algo debe explotar ese talento al máximo”.
Muchas veces he pensado qué hubiera sido de Julio Iglesias de haber permanecido en España, como el bueno de George Bailey en ‘Qué bello es vivir’. Pero mejor no pensarlo demasiado. Viajó a Estados Unidos a explotar y perfeccionar sus cualidades, a aprender con los mejores músicos, y muy pronto se hizo el amo y señor del cotarro. Por eso hoy, cuando en cualquier lugar de la Tierra alguien habla de Julio, a secas, todos saben de quién se trata.
Aquel día de junio del año 2000, el artista español del que la gente haría divertidos memes décadas después, eclipsó a doña Mercedes, que era toda una señora, por cierto, y a la propia revista ¡Hola!, cuya relación con Julio era tan estrecha como con su exmujer, Isabel Preysler, a quien también conocí entonces en la revista e, igualmente, me pareció encantadora. Esa noche yo era junior, pero vi con mis propios ojos la aparición de una estrella rutilante y universal que con su talento, encanto personal y alegría de vivir conquistó América y el resto del planeta. Un señor y un truhan casi fiel en el amor. Un artista.
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