Llegó a nuestras vidas antes de que sucediera todo. Honramos cada una de sus victorias y nos involucramos en sus derrotas con el desánimo de un costalero en un día de lluvia. Hablaba poco, corría mucho y alcanzaba pelotas inexplicables para cualquier humano. Sus triunfos los celebrábamos con adjetivos altisonantes y cósmicos, hasta que dejamos de hacerlo. Diciendo Rafael Nadal era suficiente. Sabíamos ubicar su grandeza en las canchas de tenis; también fuera de ellas. Sin embargo, un día, el ídolo mostró su talón de Aquiles y su figura emergió todavía más grande y luminosa entre los mortales.
Fue en Roma, en la ciudad eterna, donde vivieron los emperadores Julio César, Octavio Augusto o Marco Aurelio, cuando el pie izquierdo del mejor deportista español de todos los tiempos dijo ya, hasta aquí. El jugador se marchó cabizbajo y regresó a su hotel en coche por las calles que desembocan en el Panteón o en el Domus Aurea, vaya usted a saber. Aún le quedaban cosas por decir, tardes y noches de gloria, debió pensar mientras contemplaba el inmenso Coliseo bellamente iluminado y su pie izquierdo reclamaba una parcela de dolor entre sus pensamientos.
Unas semanas más tarde lo vimos en París como un ser renacido. Había quien daba por amortizada su excelsa carrera y posaba la mirada en el sucesor, Carlitos Alcaraz, reciente ganador de importantes torneos, el hombre llamado a ocupar el trono y el cariño de los aficionados españoles. Bajo la incertidumbre y el presagio de un dolor repentino y feroz, Rafael Nadal apareció de entre las sombras y pasó por encima del número uno del mundo, Novak Djokovic, en un encuentro memorable durante una madrugada parisina. No estoy muerto, avisó. Tampoco de parranda.
Cuando escribo estas líneas todavía no ha jugado con su rival en semifinal, el alemán Alexander Zverev. Si el coche viejo que es su cuerpo, como él mismo dijo hace unos días, le respeta, es muy probable que mañana domingo dispute la final de Roland Garros y logre su 14ª Copa de Mosqueteros, como Copas de Europa tiene el Real Madrid. Su final deportivo está más cerca que nunca. Pero hasta el último minuto, hasta la última carrera para llegar a una pelota imposible Rafael Nadal demostrará al mundo entero que la voluntad es la palanca que lo mueve todo y que sobre su maltrecho y dolorido pie izquierdo ha edificado un imperio de triunfos y una escuela de valores. Ave, Rafael.
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