Valientes

El otro día vi al fin -sé que es delito mi tardanza-, la mítica película ‘Calle Mayor’, de Juan Antonio Bardem, donde una cuadrilla de canallas y cobardes juega con la vida de Isabel, una ingenua, beata y solitaria mujer de una ciudad española de provincias. 

Detrás de la cobardía se encuentra siempre agazapada la mentira, como la de esos personajes de la cinta de Bardem, quien alumbró otra maravilla en los años cincuenta: ‘Muerte de un ciclista’. Miguel Delibes decía que para escribir un libro se necesita un hombre, un paisaje y una pasión, pero yo añadiría una mentira que hormiguee lentamente el alma. 

La valentía no se escoge. Es una pasta, una madera, es la fibra que poseen las personas que aguantan las embestidas más duras, las que permanecen hasta el último desguace. Por eso siempre me ha atraído la fiesta de los toros, donde el torero se encuentra sólo en la arena frente al toro como metáfora de una vida sin trampa.

Valiente fue el otro día el cocinero español José Andrés, a quien entrevistaron durante una corrida de toros en la plaza de Las Ventas. Conocido en el mundo entero por su benéfica labor alimentaria, dijo disfrutar del festejo y defendió la fiesta con pasión, y pidió respeto en esta época de aprensivos diletantes y esforzados detractores de casi todo. José Andrés no tiene miedo de que lo cancelen –ese mal endémico-, como ahora le sucede a quien se atreve a saltar la tapia de la corrección política. 

Pero no hay que entrar en una plaza para ser valiente. Con dar la cara es suficiente. O afrontando el oleaje más adverso mientras otros se refugian en la excusa. Isabel, el personaje interpretado por Betsy Blair en ‘Calle Mayor’, se asoma finalmente a la ventana, mientras fuera caen lágrimas de lluvia, en una ciudad cualquiera donde la cuadrilla de amigos trama su siguiente escarnio. La cobardía es el miedo de los canallas que menudean en todos los lugares, de aquellos que critican, vilipendian, ultrajan o incluso acosan a los demás porque no saben o no quieren enfrentar la realidad y a la vez se ríen como párvulos, como si no hubieran aprendido nada los valientes hijos de puta.